miércoles, 5 de junio de 2024

 

                                      


                                        La bruja de Siles.

Mi nombre es Odessa Fuentes, nací en Siles en noviembre de 1994, ahora cuento con 817 años, no he podido morir desde ese entonces. Giro sobre una piedra sin poder descender de ella, no duermo ni como, ni tengo necesidades fisiológicas, lanzas de vidrios y espejos me circundan con el peligro de cortar mi cuerpo si atrevo a bajarme, de desfigurarme y hacerme un amasijo de carne hirviente y sangre. La noche se confunde con el día, y el sol se entremezcla con la luna, sin poder diferenciar la claridad de la oscuridad. Desaparecí cuando contaba con 28 años de edad, allí se detuvo mi reloj biológico; estaba en el patio de mi casa en Andalucía, que tiene 3 hectáreas de superficie, se encuentra cercado por una frondosa capa vegetal y muros de ladrillos que lo hacen inaccesible a la vista de los curiosos.

En ese solar enterraba todo tipo de amarres de amor, hechizos para tumbar la potencia sexual de las parejas de mis clientes, ofrendas de animales para voltear encantamientos, es decir, enterraba con rabia y furor todo lo que quedaba atado a esta tierra sin poderlo desatar porque el mal quedaba hecho sin poder revertirlo, nunca nadie vino a mi consulta a querer inhumar algún trabajo de hechicería.

El pueblo celebraba la fiesta de San Miguel Arcángel, era una noche de septiembre, de repente, se abrió un hueco enorme y profundo en la mitad del patio de donde emanaba fuego, y quedé girando sobre esa piedra maldita de Jaén, afuera se sucedía un preciso momento del 31 de mayo de 2023 intercalado en todos los días que corrían, ese evento sólo se repetía para mí, y fue cuando descubrí que estaba en un triángulo amoroso pero en el subsuelo transcurrían los siglos de forma vertiginosa y en lenta reversa a la vez. Leía las cartas del Tarot, las Runas, el Péndulo y las volutas del cigarrillo; leía el destino de los otros pero el mío nunca me importó. Las acciones de la gente se suceden por tres causas: lo que te corresponde por destino, lo que haces por libre albedrío y lo que cambias por efecto de la magia. Más no pude intuir de manera precisa lo que me aguardaba.

Un 7 de enero de 2015 conocí a Vicente Montero, el hombre que desgració mi vida. Lo amé y lo odié en igualdad de proporciones, sin reservas ni medidas. Era espléndido en ocasiones, en otras era simplemente cruel. Era mi novio, manteníamos una relación abierta, con planes postergados de vivir juntos que nunca se concretaron. Ese día de mayo descubrí que tenía otra mujer, era una relación paralela, al igual que yo, ella se creía la única; me volví literalmente loca, ya que para esa época mis días los pesaba sobre una balanza debido a que padecía lupus, mi organismo era atacado sin piedad por esta enfermedad.

En el año 2016 le hice el primer hechizo: le di a beber tres gotas de sangre del primer día de mi período menstrual, tenía que dárselas en luna llena, lo invité a casa, le hice un rica cena y luego en un café negro espeso eché el brebaje, antes lo conjuré: Tú, Vicente Montero, por el poder de mi sangre invadiendo tu cuerpo y amarrando tu voluntad a mis fluidos quedas a la disposición de mis deseos, aminus alaces separius eme trome, así está hecho y no será deshecho. Había aprendido la lengua de las brujas por parte de mi abuela paterna Rosamunda Morantes. Vestía un pequeño vestido negro profundo que entallaba mi cintura y mi piel blanca, había renunciado a la fe católica de mis padres y en el fondo sentí que estaba siendo condenada por una entidad invisible afecta a la Santa Inquisición, sé que vendrían a quemarme, no habría juicio ni espectadores, pero yo presentía lo que me iba a suceder.

La voluntad de Vicente había quedado amarrada a mis designios, casi todo lo que le pedía lo hacía con prontitud. Desde el principio supe que era mujeriego y mentiroso, pero mi adicción al drama y la hechicería hacían de este amor algo atractivo y que me arrastraba a los límites donde la locura y el amor se funden para autodestruirte. Había entrado en la espiral descendente de no reconocer mi rostro ni mis emociones, todo lo que hacía giraba en torno a él, mi felicidad dependía exclusivamente de estar con él y tocarlo tanto hasta sentirlo mío, los motivos para estar alegre se derivaban de verlo y oírlo, me había enfermado de amor por Vicente, de manera conclusiva y letal. Ya sabía que ese hechizo le traería horas de agonía a la hora de su muerte, tendría que vomitar mi sangre para poder morir, pensar en ello me mortificaba pero el hecho de tenerlo era más fuerte que mis remordimientos. Él era cinco años mayor que yo, pensaba estar para siempre con él, en librarlo de mí sangre corrupta al momento de morir, pero no fue así.

                        Soy la bruja de Siles

                        la más enérgica y etérea

                        que confundió su poder con el de Dios.

                        Vicente, me he vuelto loca en tus labios,     

                        destruida como un gran incendio que no deja de arder.

                        Soy la más influyente de la Sierra de Cazorla

                        todas las brujas de Europa viajan en sus escobas

                        para pedirme consejos y pócimas de amor,

                        el cielo lo he disuelto en mis largas negras uñas

                        que no brillan ante el sol

                        sino que se lo tragan como a un pequeño murciélago

                        que no deja de aletear.

                        Giro sobre una piedra infernal

                        como una bailarina dentro de un cofre musical

                        sumida en el más profuso fuego,

                        ellos vienen a quemarme

                        pero las estalactitas de vidrios cortantes no los dejan entrar,

                        sus sotanas blancas quedan manchadas de hollín.

                        Mírame, Cristo Negro de Esquipulas,

                        mi espíritu atormentado ha viajado ante ti,

                        desando descalza por Guatemala

                        buscando tu perdón

                        aunque rechace la cruz.

Transcurre el mes de julio de 2018 y mi amiga Tania vio a Vicente con otra mujer frente a su supermercado, se la presentó como una amiga especial, él jugaba con las mujeres y mi razón se descolocaba viéndose al frente de un abismo. Envié a uno de mis cuervos a comprobar dicha información y era cierta, lo había envuelto en un velo de invisibilidad, aruñó a la amante en el rostro, la hacía sangrar y llorar, estalló las prótesis de sus senos y no paraba de gritar, desde el espejo de mi cómoda pude observar todo, estaba poseída por la bruja Adalanius, una hechicera mayor del noroeste de Europa con la cual había pactado en un aquelarre en Bruges. Era tarde para devolverme, me había desviado de mi esencia a causa de un mal amor; ni mi belleza, juventud y dinero obraron la gracia de salvarme, me estaba convirtiendo en un ser oscuro y sin alma, pero era adicta a él, no ser exclusiva para Vicente me había desquiciado.

                        Vuela de regreso a mí,

                        ave carroñera y negra,

                        trae la piel de esa mujer en tus uñas para alimentar a tu esposa.

                        Has vivido toda tu vida con ella

                        sin querer tener más elecciones,

                        fiel a ella como ningún otro.

Vicente nunca supo que era bruja, mi casa tenía dos aspectos y estaba encantada, lo cual realicé en una de mis reencarnaciones durante una luna azul del año 1845, a los ojos de mis clientes y visitantes era normal, porque estaba hechizada para ocultar su decoración lúgubre y ancestral, sólo los espíritus de los muertos y las brujas podían verla en su dimensión del horror y profundidad, las paredes se desvanecían, las cortinas flotaban por los ambientes y el mobiliario se disponía a su antojo. Asius verus mayis asires, asius verus mayis asires, asius verus mayis asires; palabras que declamaba los primeros viernes de cada mes a la medianoche para ocultar mi casa a los otros.

Cuando lo descubrí con la chica de las siliconas le quité su potencia sexual de un tajo, conjurando un plátano amarillo a las tres de la madrugada, escribí sus nombres y apellidos tres veces a lo largo, luego encima puse clavos oxidados para tumbar toda erección posible. Tú, Vicente Montero, serás impotente con cualquier mujer que se te presente, tu miembro no lo levantará ninguna falda ni labios de miel, sólo conmigo podrás ser hombre cada vez que desees arder; y proferí a la vez: aracus valim perfeos, samara asima seus. Después, enterré el plátano hechizado que semejaba su pene en mi patio, a una profundidad de 17 metros, fue bañado de la espelma de 66 velas negras, de 6 plumas de 6 cuervos diferentes, de un mechón de su pelo y de 6 onzas de mi sangre menstrual, luego envolví eso en una tela negra; seis brujas de Gamarra volaban alrededor del entierro gritando conmigo el conjuro. Para ese momento ya le había robado la voluntad y sexualidad a Vicente, y había extraviado mi alma.

La personalidad de Vicente era cambiante, a veces era patán y déspota, otras era encantador y vibrante, a mis ojos era perfecto, y en esa loca causa de querer encerrar su alma y deseos dentro de los confines de mi voluntad llegué a amarlo, cuando no se sometía por completo a mí lo odiaba, lloraba llena de rencor e insuficiencia; él no tenía la culpa de mis delirios. Era el domingo seis de agosto de 2023 y Amalia Guzmán contestó su celular, se burló de mí, pretendía estar con él muy feliz, más yo sabía por mi bola de cristal que sólo la podía poseer con un vibrador, su lengua y sus dedos, su pene se tornaba sin vida ante ella u otra mujer; pero ser mujeriego era parte de su naturaleza esencial, lo podía aquietar a periodos pero luego se desbocaba, tener mujeres diferentes le hacía sentir vivo. Pero esa tarde le juré a Amalia que era mujer muerta, que la iba a matar sin saberlo.

Lo quise dejar y a la vez lo quise tener en un para siempre inmóvil y tácito, sin precauciones. Tenía sed de venganza, lo quería arruinado. Me dispuse a embrujar sus empresas, pero lo amaba. De igual forma, lo conjuré para mal, mi amor propio lastimado estaba por encima del amor que le profesé. Son las dos de la madrugada y sobre una paila de hierro hago el hechizo de ruina y decadencia; echo tierra de cementerio, el logo y nombre de su empresa en papel fotográfico, 6 herraduras oxidadas, 15 trozos de cactus, tres ajíes picantes, cenizas de muerto, pimienta negra y pimienta voladora; todo ello lo quemé hasta hacerlo polvo y lo regué en el frente de sus propiedades recitando como una loca en ciernes: Vicente Montero, tus empresas y negocios, caerán en declive, tus bolsillos estarán vacíos y la ruina económica te cobijará, vagarás sin rumbo ni monedas a tus pies; asaris esus omnis. Todo lo que tenía lo fue perdiendo como se derrumba un castillo de naipes. Lloré su ruina y mi dolor por no poderlo tener.

Después, consumé mi venganza contra Amalia Guzmán, era una vividora de oficio, taimada y zalamera como toda arribista, manipuladora y que controlaba sus emociones con pérfida precisión. Tenía como ocupación ser diseñadora de ropa deportiva y uno de sus pasatiempos era practicar senderismo. Envié a uno de mis cuervos a su habitación y en un frasco del más puro cristal se absorbió parte de su respiración. Construí un armazón con forma de caracol con una cartulina negra, introduje luego el frasco con los respiros, tierra de panteón, su foto con sus datos y fecha de nacimiento, y deseé con todas mis fuerzas que muriera de un infarto en una de sus caminatas, lo enterré luego en un cruce de caminos en el Valle de las Brujas de Amir, enuncié con odio: Amalia Guzmán, que tu respiración y flujo vital queden apagados como una vela, que tu alma te abandone y se pierda para siempre en las arenas de los muertos sin porvenir; asicus masis veus. Así fue, a los siete meses murió infartada en una excursión, ya había condenado mi alma, era la primera vez que mediante la magia y el verbo le quitaba la vida a alguien, mis celos me castigaron y me quité la oportunidad de ser amada por un buen hombre.

                        En tus ojos deposité mi vida,

                        en tu sonrisa quise detener mi felicidad,

                        pero no fue así,

                        porque no quise entender que todo era transitorio

                        y que en cualquier momento estaría sin ti.

                        Recorro tu piel en mis recuerdos

                        bebo tus besos con la más profunda melancolía.

                        El tiempo se detuvo para ti,

                        mientras yo giro como una bruja negra,

                        no puedo escapar de la piedra maldita de Jaén.

                        Revivo cada día de los ocho años que estuve junto a ti,

                        la memoria táctil condena mi mente y aprisiona mis estímulos,

                        he quedado loca y solitaria en este hoyo sin fin,

                        condenada por mis brujerías y falta de piedad.

                        La cordura me abandonó cuando te perdí.

                        Soy la potente bruja de Siles que no deja de girar.

                        He perdido lo más valioso que tenía:

                        mi alma inmortal,

                        por un amor que no me correspondió.

                        He perdido todo por Vicente y no lo pude tener,

                        de nada sirvió mi belleza y juventud,

                        por ir detrás de un mal amor.

Es el año 2811 y me he enterado por un cuervo traidor que Vicente falleció a los dos meses de mi desaparición, tuvo un accidente de tránsito y agonizó por ocho noches, no podía morir. Su médico tratante dijo que murió luego de vomitar un líquido negro y putrefacto. El cuervo se carcajeaba y decía que era la sangre menstrual de la bruja de Siles, la que fui yo, era mi asistente y tomó mi forma humana, se hizo el dueño de mis posesiones y mi consultorio esotérico, nadie nunca notó la diferencia. Me conjuró junto a la Santa Inquisición a la profundidad macabra del infierno, a no morir y recordar por siempre a Vicente. Soy la bruja de Siles, te amo con pasión en la agonía del tiempo y en tus ojos verdes que miro con tristeza para mi pesar. Me llamo Odessa Fuentes y no te he dejado de amar. ¿Se parece el amor a la locura o a la razón? Eres tú, Vicente, quien camina en las puntas de mis dedos y en todo lo que es nombrado para recordar. Era cierto que la perversidad tiene su castigo, el mal puede devolverse de manera sencilla o inverosímil. Fui tan caprichosa y giro eternamente por perseguir un vil amor. Todo lo que comienza mal, termina mal.


 Carmen Rosa Orozco.
             Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.
             Fotografía de Ilya Kisaradov.


                                                   Han rasguñado a Netta Fornario.

    Es 19 de noviembre de 1929, luego de dos días desaparecida encuentran mi cadáver: voluptuoso, blanco, rasguñado y ceñido a la bruma, es la una y media de la tarde, dos hombres me vieron tendida en El Monte de las Hadas cerca de Loch Staonaig; llevaba una ligera capa negra con mi cuerpo desnudo debajo, con un cuchillo en la mano, encima de una cruz de palo improvisada, con un crucifijo de plata ennegrecida asfixiando el cuello. Salí a caminar en una noche lluviosa y con ventarrones extremos, no me importó la fuerza de los elementos naturales ni la sobrexposición a estos, mi cuerpo aún era vigoroso, quería conocer todos los misterios secretos a mi entendimiento, debía adentrarme en las horas ocultas y en los retardos del alma dormida. La señora MacRae, mi casera en Traymore, se preocupa por mis salidas nocturnas, siempre espera que llegue; es domingo y ningún ferry sale a Londres, le grito que debo huir porque quieren asesinarme de forma telepática, pero ella responde que debo esperar hasta el lunes para poder irme ya que ninguna embarcación sale hoy.

    Vivía en Mortlake Road en Londres pero a finales del verano de 1929 cuando tenía 31 años viajé hasta la Isla Iona en Escocia guiada por un artículo de Fiona Macleod, además, de sentirme atraída por lo sobrenatural, por el suave velo que separa a los vivos de los muertos, allí pude escuchar con mayor claridad a los espíritus que me interceptan; escudriño mundos astrales, viajo dejando a mi cuerpo en formas poco concisas y desacomodado, leo el tarot, hago sesiones espiritistas, me entrometo sin temor en las situaciones poco entendibles de los muertos; espero llegar al conocimiento de lo que no se puede ver, tratar de arrojar conclusiones específicas y saciar esta hambre de lo que no sé. Es tarde para regresar a la quietud de mi infancia.

    Nací en El Cairo en 1897, me llamo Norah Emily Editha Fornario, pero me dicen Netta. Mi padre es italiano y mi madre inglesa, él practica la medicina, ella es ama de casa. Soy ocultista, curandera y escritora. Mi familia piensa que soy una fracasada, que no he logrado  alcanzar ninguna meta real, que deambulo en mis pesquisas imaginarias colindando entre la insania mental y lo ridículo, que ningún hombre me desposará con mi vestuario estrambótico ni mis creencias desatinadas. Pero esas cosas del amor y el sexo nunca fueron mi fuerte, no recuerdo haberme enamorado o que mi piel se agitara por alguien, la naturaleza sexual estaba muerta en mí, no me atraían los dramas amorosos ni las historias felices, no todas las mujeres nacen para casarse y procrear, para soportar las riendas absurdas del hogar, fui libre antes de mi nacimiento, no me importaba morir o prolongarme como una sombra sobre las paredes; siempre me incliné por las artes ocultas y lo no convencional, mientras la sociedad giraba sobre sus ejes, mi mente, espíritu y cuerpo estaban desanclados de la realidad, sin tocar la locura pero arañando lo sobrenatural, me pude ver flotando como una gota de rocío que no podía mojar el pasto ni poseer ninguna virtud, tan libre como un ave del cielo y tan oscura como una lágrima oculta.

    Mi madre murió al año siguiente de mi nacimiento, fui entregada por mi padre a mi abuelo materno Thomas Ling en Londres, ya que él no me quiso criar y fui una molestia para él, nunca se ocupó de mí y su amor siempre fue tardío o mejor dicho nunca llegó. Cuando tenía doce años mi abuelo falleció, quedé a cargo de mi tío mayor, la fortuna que me dejó establecía dos cláusulas referentes a que no podía vivir fuera de Gran Bretaña y que nunca dejara de ser protestante, así que me acoplé a estos argumentos para hacer uso del dinero heredado, lo cual no cumplí a cabalidad. A los 14 años fui enviada por mi tío George a un internado, al Ladies 'College en Eastbourne para una exasperante educación victoriana. Luego, viví en Italia como ciudadana de ese país y regresé en julio de 1922 a Inglaterra, no sé de qué manera llegué a el programa Alpha et Omega, un grupo que se separó de la Orden Hermética de la Golden Dawn, allí pude darle forma a mis singulares pensamientos, encontré una conexión entre lo oculto y la normalidad, entendí como un cuerpo podía ser el puente para eventos extraordinarios.

                        Las luces azules gravitan

                        sobre las hadas,

                        vienen a buscarme,

                        corro desesperada por el monte,

                        con la daga apuñalo la gran cruz hecha de palos

                        sobre la que flotaré

                        a los mundos perdidos de mi conciencia,

                        estoy en trance

                        y levito como una marioneta de trapo

                        infecunda y tiesa

                        con los ojos cerrados a la luz

                        y lo que resta por venir;

                        el alto hombre vestido con capa negra

                        me ronda

                        me persigue,

                        corro hiriendo mis pies,

                        la niebla y el frío son extremos,

                        mi corazón se agita

                        se apresura a seguir palpitando dentro de mí,

                        no quiero morir esta helada noche

                        enredada en el viento que azota las olas,

                        no conocía este paraje

                        y la imprudencia obró sobre mi razón,

                        el crucifijo ennegrece por las opacas fuerzas de la noche

                        la cadena me ahorca y clava en la hierba;

                        el hombre me aturde con su pensamiento

                        me priva,

                        mi cuerpo exuda terror,

                        un demonio no invocado ha venido a consumar mi espíritu

                        esta noche desafortunada,

                        jugué con el misterio y lo insondable

                        siendo la única perdedora sobre el tablero,

                        con su boca enorme engulle mi espíritu y lo sofoca,

                        lo que ha sido carne ha dejado de existir.

                        Es de mañana y salgo a caminar

por las playas y los páramos,

exploro los lugares de esta isla mágica

pero las hadas no han venido a socorrerme,

el hombre vestido de negro

me ha asesinado con los hilos sombríos que brotan de sus dedos.

    He decidido hacer ayuno por cuarenta días, hago caso omiso a la diabetes que dice mi padre que tengo, no creo en la medicina y sus alardes, no me importa enmagrecer mi cuerpo por mis caprichos espirituales, debo entrar a esas dimensiones desconocidas donde la luz se detiene a ver mis ojos y contemplar mi belleza, debo caminar en reverso hacia los reinos paralelos, para ello debo estar liviana como una pluma, ingrávida y sin temor, lograr así tocar las esferas que vuelan a mi alrededor, detener el ruido ensordecedor de animales de otras eras y confiar en que el cielo se une por una fina capa de silencio a la tierra de los muertos, no debo comer, debo ser una hoja ligera preñada en la mar, todo es blanco aquí, floto sobre el suelo y veo la luz, la detengo en mis dedos, mi cuerpo se hace frágil en una línea continua con la claridad, floto, no dejo de flotar, doy vueltas en el aire y camino sobre las flores, los rituales son sencillos, huele a mastranto y lavanda, los niños corren detrás de las nubes y las logran alcanzar, me voy haciendo ligera y no logro pensar, la luz se hace extensa y me invade, no debo comer, pierdo masa muscular. Es el día 15 y suspendo el ayuno, allí, detrás de la luz supe que algo andaba mal en mí y que sería breve mi estancia sobre este plano que desdeño. Sé que no viviré más allá de los 32 años, ellos me lo han dicho.

    Mi familia o lo poco que queda de ella, no ha querido recuperar mi cadáver; no tengo abuelos, ni madre, esposo o hijos, a mi padre nunca le interesó mi suerte, han dicho a la Señora MacRae que dispongan de mí, los isleños han hecho una colecta y me sepultan en Iona en una sencilla tumba con lápida de cemento. No hay dolientes, ni asesinos, ni fecha o causas específicas de muerte, ni hadas precipitadas sobre sus alas para salvarme. Podrán decir que esta corta vida fue inútil a los ojos de los otros, pero nadie puede determinar esto a conciencia, viví flotando y explorando lo oculto para hallar la luz y la muerte. Escribí sobre mis presunciones y búsqueda espiritual, pero la gran novela nunca llegó, dejé manuscritos en un lenguaje cifrado e incoherente que sólo los espíritus y las alas de las mariposas pueden entender. Salía a divagar como una loca en ciernes, eufórica y en puntas de pies, atónita ante el firmamento y de cara al sol como lo hacen los profetas.

    Dejé una suma considerable de dinero en varios tipos de monedas en la casita para huéspedes, he especificado que compren alpiste a los pájaros que cantan sobre mi tumba, que siembren un abedul y nunca deje de sonar  la Obertura de las Hébridas que escuché por primera vez en la cueva de Fingal. Además, que al atardecer del día de mi cumpleaños me sean llevadas siete rosas rojas y una corona de crisantemos para mi frente.

    A pesar de no ser católica oré en la Capilla de San Oran y bebí el agua curativa del estanque de Santa Brígida, ella viene a medianoche en el solsticio de verano a bendecir este pozo, no la logré mirar como los demás; veía con cierta compasión los espíritus extraviados de las monjas agustinas que deseaban hablarme pero se perdían en sus zigzags. Recé en la tumba de Macbeth por algo de cordura, pero ella nunca nos asistió, vi sobrevolar esas tres brujas agoreras que espesaron su sangre y mis manos quedaron manchadas esa noche fatal, sus designios se cumplieron sobre el fatídico Rey de Escocia y la curandera sin fe. Desde allí soy leyenda y olvido, una rara historia que se fractura sobre el tiempo como vidrios y polvo, sólo pude ser recordada por las extrañas circunstancias de mi muerte.


Carmen Rosa Orozco.
Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.
Fotografía de Laura Zalenga.






 
Amelia Earhart y el mar.

    Me llamo Amelia Earhart y desaparecí el 2 de julio de 1937. Soy aviadora y escritora. Mi padre alcohólico hizo que adelantara mis destrezas en el aire, nunca temí volar; pero el mar a veces me inquietaba. Nunca me pregunté por la muerte y sus circunstancias, estaba llena de ilusiones y no me atraía el lado oscuro de la vida, su contraparte y silencio. Ahora toco el cielo y floto en las profundidades de un océano repleto de flores, podría caminar pero no lo hago, sólo nado a la orilla de la isla Howland donde no debería estar, ahora su faro ilumina mis noches y veo perderse detrás de él tantos aviones que pasan pero no escuchan mis gritos, estoy viva, aún lo recuerdo, recuerdo mis brazos y largas piernas, mi cabello corto y amplia sonrisa; recuerdo mi anatomía y el Lockheed Vega 5B de color rojo que acaricié tantas veces.

    No me pregunto por la cantidad de personas que leyeron los libros que escribí, si tuvieron alguna repercusión, si fueron reseñados u olvidados; solamente escribí y además, me atreví a pilotar un avión como lo hace un hombre. Esa rara mezcla de mujer y hombre que habitaba en mí. Fue tan normal matar a tiros las ratas que veía pasar o subirme a lo más alto de los árboles, desde allí pude avizorar todo el azul de ese mar que me sepultó. Las aves volaban más allá advirtiéndome con sus aleteos furiosos que algo andaba mal. Nunca pensé en la muerte porque nací para vivir.

                        Has quedado en el agua

                        sin deseos de morir

                        atascada en ese pequeño avión

                        llamado Electra.

                        Claro que pude sentir mi cuerpo

                        y ser naufraga en una isla desierta

                        junto a Fred Noonan

                        navegando en altamar para salvarnos

                        y mirando al sol para desafiarlo,

                        sentía que el océano me quemaba

                        y las olas me asfixiaban con su fuerza,

                        escuchando a las gaviotas y el mar

                        recorriéndome de a poco y con violencia.

                        Pude ver los rostros de mis padres y mi hermana:

                        mis amados Edwin, Amy y Muriel.

                        Fui tan feliz en Atchison junto a mis abuelos maternos:

                        Amelia y Alfred;

                        todavía rememoro al ardiente sol trepando por mis ojos

                        y los rayos matutinos iluminando mi piel tan blanca.

                        No se puede seguir viviendo en la memoria,

                        en los recuerdos,

                        hay que seguir a pesar de las adversas circunstancias

                        y saber que todo puede terminar en un momento

                        quedando como hielo atizado por ese fuego que consume de forma voraz.

    Me llamaban Lady Lindy porque me parecía al aviador Charles Lindbergh; fui la primera mujer en cruzar el Atlántico en 1928. No llegué a Irlanda como se planeó sino a Burry Port, en el sur de Gales; los periodistas enloquecieron y no me dejaban hablar, les parecía una enorme proeza ya que no me quedé a cocinar y planchar en casa como casi todas las mujeres de la época. Puedo oír las ráfagas de viento contra mi nave Amistad, lo puedo oír de nuevo, embravecido y rutilante, como queriendo desarmar las láminas de metal, evado los embates de la noche y la fuerza de la claridad solar, son demasiadas horas que me separan de la península de Avalon. No veo cuando llegar a Europa, mi mapa mental regresa al cielo de Iowa, al día que tenía 20 años y decidí volar; mis vuelos eran irregulares en El Canario y Neta Snook nunca opinó bien de mí, mis maniobras aéreas le despertaban inseguridad y desconfianza. Era atrevida y quería conquistar el cielo, descubrir en mi aeroplano su misteriosa profundidad, creí haberlo logrado pero no fue así, el cielo no tenía que demostrarme nada  y yo no podía dominarlo ni con mis avezadas alas de aviadora; hay cosas que no se pueden conocer o descubrir, siempre permanecen ocultas a los ojos y los corazones de los hombres, entre ellas la amplitud del firmamento y su silencio.

    En mi automóvil The Yellow Peril llevo a mi madre a Boston, atravesando la inmensidad de mi país; en los campos la gente se asombra por mi vistoso carro amarillo y hacen suposiciones de dónde vengo; es 1923 y ruedan escasos carros por las carreteras. De nuevo, viví una experiencia alucinante con el sol y la vastedad del cielo, las risas de mi Amy sobrecogían mi espíritu, me sentía como una bebé a su lado que no quería desprenderse del útero. Días antes obtuve la licencia de piloto de la Federación Aeronáutica Internacional y dejé de volar un tiempo para manejar mi carro en un viaje en el cual hice muy feliz a mi madre; juntas contemplamos la belleza natural, la limpieza del cielo, el verde inmenso verde, la sencillez de la gente; amaba el perfil de su rostro y su bondad. Supe con dulzura y cierto dolor que esos instantes no se repetirían jamás, esos momentos amados quedaron allí salpicados de nuestra eternidad. Aquí en la playa me alimento de tus recuerdos, siempre supiste lo mucho que te amaba y cuanto me costó dejarte atrás cuando partí hacia el Pacífico queriendo volar alrededor de este expectante mundo. Te amo, mami.

    Considero que es difícil para una mujer dominar el amor y las emociones, a ratos lloro y a ratos soy feliz, hay momentos en que creo y hay otros en que pierdo por completo la esperanza, puedo odiar y amar a la vez; este remolino de sentimientos me llevan al fondo para caer y dudar, no puedo levantarme y seguir con seguridad, es como si las nubes cayeran en bloques para aniquilarme y mis gritos terminasen perdiéndose por siempre en el reloj del tiempo, gritos atemporales y que piden auxilio, los puedo oír pero no me puedo ayudar. Quedé en esa isla escrutando el sol, no habían horas que inquirieran el paso de los años sobre mis huesos, fui devorada por la ansiedad y la tristeza. Tal vez, presumen que volaba sin temor a la muerte, pero la muerte no existe aquí, camino como un fantasma oyendo a quienes van a morir, sintiendo el rigor del apego y la despedida a la vez, escucho los gritos y llantos de sus deudos. No me pude despedir de quienes seguían vivos en mi país, mis familiares me esperaron hasta el día en que fallecieron, pero no llegué.

    Es el año 1931 y he contraído matrimonio con George Putnam, hizo posible la publicación de mi libro Veinte horas, cuarenta minutos; además, iba conmigo a todas partes, su impecable trabajo de publicista me hizo ser reconocida en toda la nación roja y azul. Le escribí sobre los peligros de volar y del inmenso amor que le tenía, arreglo mi traje blanco de bodas y beso sus manos, acaricio sus mejillas con mis dedos, con levedad mis labios tocan los suyos al dejar el altar. Te espero aquí, amado George, te espero en el avión rojo para volar junto a ti.

    Hicimos un pacto la última noche, en que te esperaría en el más allá, en que estaría aguardándote en otra vida si fuera necesario, siendo dos líneas continuas para unirse. Te amo en la inmensidad de este mar que me destruye y me declara como muerta, pero estoy viva para ti, sigo viva, te espero sentada en la arena. Amarte significaba hacerte feliz a pesar de las miserias cotidianas de la vida. Camino hacia el faro que lleva mi nombre y te encuentro sentado en la banca, has logrado llegar, amado George; el amor verdadero no lo logra consumir ninguna noche, queda allí en lo que es, para siempre.

    Es 27 de junio de 1937, he partido de Bandung hacia Darwin, he enfermado de disentería, me siento débil pero con ánimos de culminar el viaje, he enviado los paracaídas de regreso porque sé que no serán necesarios en el resto de esta travesía, hace mal tiempo y la aeronave ha requerido reparaciones varias. Debo llegar al destino final, siento miedo y euforia a la vez.

    Llegué a Lae en Nueva Guinea el 29 de junio de 1937, allí hablé con el Herald Tribune, no quería que me hicieran fotos, me sentía cansada y mi piel lucia demacrada, pero los flashes me requerían como evidencia. Es 2 de julio, mantengo comunicación con el guardacostas estadounidense Itasca, vuelo cerca de las islas Nukumanu; ahí se perdió mi rastro, no se encontraron nuestros cuerpos ni fragmentos de la aeronave, todo desapareció, la bruma y la explosión fueron densas, el hundimiento fue precipitado y no quedó nada, nada quedó. Por intervención de mi amiga Eleanor, el presidente Roosevelt autorizó nuestra búsqueda, luego de 15 días el rastreo fue fallido y se abandonó ese intento en el área de Howland. Después, mi esposo siguió tras mi localización sin éxito; se rindió a la melancolía y la pérdida. Es 5 de enero de 1939 y he dejado de existir para todos de manera oficial.

                        Las algas han muerto

                        todas las especies de peces han muerto

                        las estrellas y caballos de mar han muerto

                        he muerto en lo más profundo del mar sin saberlo;

                        la floración marina me ahoga

                        me recuerda que estoy viva

                        y debo volar de nuevo el Electra

                        terminar de envolver la Tierra desde el Ecuador,

ser la primera mujer en hacerlo.

                        Ningún punto es equidistante,

                        no hay distancias para medir,

                        ningún guardacostas recibe mi señal.

                        He podido ser feliz,

                        las aves vuelan sobre mis manos besándolas,

                        canto en lenguas diversas al atardecer,

                        lustro mis botas

                        y aliso mi suéter de cachemir.

                        Hace frío aquí,

                        he caído hondo, como cae una pluma sin reverso.

                        He sido feliz y es lo que cuenta.


Carmen Rosa Orozco.

Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.

Fotografía de Lara Zankoul.