miércoles, 5 de junio de 2024

 

                                      


                                        La bruja de Siles.

Mi nombre es Odessa Fuentes, nací en Siles en noviembre de 1994, ahora cuento con 817 años, no he podido morir desde ese entonces. Giro sobre una piedra sin poder descender de ella, no duermo ni como, ni tengo necesidades fisiológicas, lanzas de vidrios y espejos me circundan con el peligro de cortar mi cuerpo si atrevo a bajarme, de desfigurarme y hacerme un amasijo de carne hirviente y sangre. La noche se confunde con el día, y el sol se entremezcla con la luna, sin poder diferenciar la claridad de la oscuridad. Desaparecí cuando contaba con 28 años de edad, allí se detuvo mi reloj biológico; estaba en el patio de mi casa en Andalucía, que tiene 3 hectáreas de superficie, se encuentra cercado por una frondosa capa vegetal y muros de ladrillos que lo hacen inaccesible a la vista de los curiosos.

En ese solar enterraba todo tipo de amarres de amor, hechizos para tumbar la potencia sexual de las parejas de mis clientes, ofrendas de animales para voltear encantamientos, es decir, enterraba con rabia y furor todo lo que quedaba atado a esta tierra sin poderlo desatar porque el mal quedaba hecho sin poder revertirlo, nunca nadie vino a mi consulta a querer inhumar algún trabajo de hechicería.

El pueblo celebraba la fiesta de San Miguel Arcángel, era una noche de septiembre, de repente, se abrió un hueco enorme y profundo en la mitad del patio de donde emanaba fuego, y quedé girando sobre esa piedra maldita de Jaén, afuera se sucedía un preciso momento del 31 de mayo de 2023 intercalado en todos los días que corrían, ese evento sólo se repetía para mí, y fue cuando descubrí que estaba en un triángulo amoroso pero en el subsuelo transcurrían los siglos de forma vertiginosa y en lenta reversa a la vez. Leía las cartas del Tarot, las Runas, el Péndulo y las volutas del cigarrillo; leía el destino de los otros pero el mío nunca me importó. Las acciones de la gente se suceden por tres causas: lo que te corresponde por destino, lo que haces por libre albedrío y lo que cambias por efecto de la magia. Más no pude intuir de manera precisa lo que me aguardaba.

Un 7 de enero de 2015 conocí a Vicente Montero, el hombre que desgració mi vida. Lo amé y lo odié en igualdad de proporciones, sin reservas ni medidas. Era espléndido en ocasiones, en otras era simplemente cruel. Era mi novio, manteníamos una relación abierta, con planes postergados de vivir juntos que nunca se concretaron. Ese día de mayo descubrí que tenía otra mujer, era una relación paralela, al igual que yo, ella se creía la única; me volví literalmente loca, ya que para esa época mis días los pesaba sobre una balanza debido a que padecía lupus, mi organismo era atacado sin piedad por esta enfermedad.

En el año 2016 le hice el primer hechizo: le di a beber tres gotas de sangre del primer día de mi período menstrual, tenía que dárselas en luna llena, lo invité a casa, le hice un rica cena y luego en un café negro espeso eché el brebaje, antes lo conjuré: Tú, Vicente Montero, por el poder de mi sangre invadiendo tu cuerpo y amarrando tu voluntad a mis fluidos quedas a la disposición de mis deseos, aminus alaces separius eme trome, así está hecho y no será deshecho. Había aprendido la lengua de las brujas por parte de mi abuela paterna Rosamunda Morantes. Vestía un pequeño vestido negro profundo que entallaba mi cintura y mi piel blanca, había renunciado a la fe católica de mis padres y en el fondo sentí que estaba siendo condenada por una entidad invisible afecta a la Santa Inquisición, sé que vendrían a quemarme, no habría juicio ni espectadores, pero yo presentía lo que me iba a suceder.

La voluntad de Vicente había quedado amarrada a mis designios, casi todo lo que le pedía lo hacía con prontitud. Desde el principio supe que era mujeriego y mentiroso, pero mi adicción al drama y la hechicería hacían de este amor algo atractivo y que me arrastraba a los límites donde la locura y el amor se funden para autodestruirte. Había entrado en la espiral descendente de no reconocer mi rostro ni mis emociones, todo lo que hacía giraba en torno a él, mi felicidad dependía exclusivamente de estar con él y tocarlo tanto hasta sentirlo mío, los motivos para estar alegre se derivaban de verlo y oírlo, me había enfermado de amor por Vicente, de manera conclusiva y letal. Ya sabía que ese hechizo le traería horas de agonía a la hora de su muerte, tendría que vomitar mi sangre para poder morir, pensar en ello me mortificaba pero el hecho de tenerlo era más fuerte que mis remordimientos. Él era cinco años mayor que yo, pensaba estar para siempre con él, en librarlo de mí sangre corrupta al momento de morir, pero no fue así.

                        Soy la bruja de Siles

                        la más enérgica y etérea

                        que confundió su poder con el de Dios.

                        Vicente, me he vuelto loca en tus labios,     

                        destruida como un gran incendio que no deja de arder.

                        Soy la más influyente de la Sierra de Cazorla

                        todas las brujas de Europa viajan en sus escobas

                        para pedirme consejos y pócimas de amor,

                        el cielo lo he disuelto en mis largas negras uñas

                        que no brillan ante el sol

                        sino que se lo tragan como a un pequeño murciélago

                        que no deja de aletear.

                        Giro sobre una piedra infernal

                        como una bailarina dentro de un cofre musical

                        sumida en el más profuso fuego,

                        ellos vienen a quemarme

                        pero las estalactitas de vidrios cortantes no los dejan entrar,

                        sus sotanas blancas quedan manchadas de hollín.

                        Mírame, Cristo Negro de Esquipulas,

                        mi espíritu atormentado ha viajado ante ti,

                        desando descalza por Guatemala

                        buscando tu perdón

                        aunque rechace la cruz.

Transcurre el mes de julio de 2018 y mi amiga Tania vio a Vicente con otra mujer frente a su supermercado, se la presentó como una amiga especial, él jugaba con las mujeres y mi razón se descolocaba viéndose al frente de un abismo. Envié a uno de mis cuervos a comprobar dicha información y era cierta, lo había envuelto en un velo de invisibilidad, aruñó a la amante en el rostro, la hacía sangrar y llorar, estalló las prótesis de sus senos y no paraba de gritar, desde el espejo de mi cómoda pude observar todo, estaba poseída por la bruja Adalanius, una hechicera mayor del noroeste de Europa con la cual había pactado en un aquelarre en Bruges. Era tarde para devolverme, me había desviado de mi esencia a causa de un mal amor; ni mi belleza, juventud y dinero obraron la gracia de salvarme, me estaba convirtiendo en un ser oscuro y sin alma, pero era adicta a él, no ser exclusiva para Vicente me había desquiciado.

                        Vuela de regreso a mí,

                        ave carroñera y negra,

                        trae la piel de esa mujer en tus uñas para alimentar a tu esposa.

                        Has vivido toda tu vida con ella

                        sin querer tener más elecciones,

                        fiel a ella como ningún otro.

Vicente nunca supo que era bruja, mi casa tenía dos aspectos y estaba encantada, lo cual realicé en una de mis reencarnaciones durante una luna azul del año 1845, a los ojos de mis clientes y visitantes era normal, porque estaba hechizada para ocultar su decoración lúgubre y ancestral, sólo los espíritus de los muertos y las brujas podían verla en su dimensión del horror y profundidad, las paredes se desvanecían, las cortinas flotaban por los ambientes y el mobiliario se disponía a su antojo. Asius verus mayis asires, asius verus mayis asires, asius verus mayis asires; palabras que declamaba los primeros viernes de cada mes a la medianoche para ocultar mi casa a los otros.

Cuando lo descubrí con la chica de las siliconas le quité su potencia sexual de un tajo, conjurando un plátano amarillo a las tres de la madrugada, escribí sus nombres y apellidos tres veces a lo largo, luego encima puse clavos oxidados para tumbar toda erección posible. Tú, Vicente Montero, serás impotente con cualquier mujer que se te presente, tu miembro no lo levantará ninguna falda ni labios de miel, sólo conmigo podrás ser hombre cada vez que desees arder; y proferí a la vez: aracus valim perfeos, samara asima seus. Después, enterré el plátano hechizado que semejaba su pene en mi patio, a una profundidad de 17 metros, fue bañado de la espelma de 66 velas negras, de 6 plumas de 6 cuervos diferentes, de un mechón de su pelo y de 6 onzas de mi sangre menstrual, luego envolví eso en una tela negra; seis brujas de Gamarra volaban alrededor del entierro gritando conmigo el conjuro. Para ese momento ya le había robado la voluntad y sexualidad a Vicente, y había extraviado mi alma.

La personalidad de Vicente era cambiante, a veces era patán y déspota, otras era encantador y vibrante, a mis ojos era perfecto, y en esa loca causa de querer encerrar su alma y deseos dentro de los confines de mi voluntad llegué a amarlo, cuando no se sometía por completo a mí lo odiaba, lloraba llena de rencor e insuficiencia; él no tenía la culpa de mis delirios. Era el domingo seis de agosto de 2023 y Amalia Guzmán contestó su celular, se burló de mí, pretendía estar con él muy feliz, más yo sabía por mi bola de cristal que sólo la podía poseer con un vibrador, su lengua y sus dedos, su pene se tornaba sin vida ante ella u otra mujer; pero ser mujeriego era parte de su naturaleza esencial, lo podía aquietar a periodos pero luego se desbocaba, tener mujeres diferentes le hacía sentir vivo. Pero esa tarde le juré a Amalia que era mujer muerta, que la iba a matar sin saberlo.

Lo quise dejar y a la vez lo quise tener en un para siempre inmóvil y tácito, sin precauciones. Tenía sed de venganza, lo quería arruinado. Me dispuse a embrujar sus empresas, pero lo amaba. De igual forma, lo conjuré para mal, mi amor propio lastimado estaba por encima del amor que le profesé. Son las dos de la madrugada y sobre una paila de hierro hago el hechizo de ruina y decadencia; echo tierra de cementerio, el logo y nombre de su empresa en papel fotográfico, 6 herraduras oxidadas, 15 trozos de cactus, tres ajíes picantes, cenizas de muerto, pimienta negra y pimienta voladora; todo ello lo quemé hasta hacerlo polvo y lo regué en el frente de sus propiedades recitando como una loca en ciernes: Vicente Montero, tus empresas y negocios, caerán en declive, tus bolsillos estarán vacíos y la ruina económica te cobijará, vagarás sin rumbo ni monedas a tus pies; asaris esus omnis. Todo lo que tenía lo fue perdiendo como se derrumba un castillo de naipes. Lloré su ruina y mi dolor por no poderlo tener.

Después, consumé mi venganza contra Amalia Guzmán, era una vividora de oficio, taimada y zalamera como toda arribista, manipuladora y que controlaba sus emociones con pérfida precisión. Tenía como ocupación ser diseñadora de ropa deportiva y uno de sus pasatiempos era practicar senderismo. Envié a uno de mis cuervos a su habitación y en un frasco del más puro cristal se absorbió parte de su respiración. Construí un armazón con forma de caracol con una cartulina negra, introduje luego el frasco con los respiros, tierra de panteón, su foto con sus datos y fecha de nacimiento, y deseé con todas mis fuerzas que muriera de un infarto en una de sus caminatas, lo enterré luego en un cruce de caminos en el Valle de las Brujas de Amir, enuncié con odio: Amalia Guzmán, que tu respiración y flujo vital queden apagados como una vela, que tu alma te abandone y se pierda para siempre en las arenas de los muertos sin porvenir; asicus masis veus. Así fue, a los siete meses murió infartada en una excursión, ya había condenado mi alma, era la primera vez que mediante la magia y el verbo le quitaba la vida a alguien, mis celos me castigaron y me quité la oportunidad de ser amada por un buen hombre.

                        En tus ojos deposité mi vida,

                        en tu sonrisa quise detener mi felicidad,

                        pero no fue así,

                        porque no quise entender que todo era transitorio

                        y que en cualquier momento estaría sin ti.

                        Recorro tu piel en mis recuerdos

                        bebo tus besos con la más profunda melancolía.

                        El tiempo se detuvo para ti,

                        mientras yo giro como una bruja negra,

                        no puedo escapar de la piedra maldita de Jaén.

                        Revivo cada día de los ocho años que estuve junto a ti,

                        la memoria táctil condena mi mente y aprisiona mis estímulos,

                        he quedado loca y solitaria en este hoyo sin fin,

                        condenada por mis brujerías y falta de piedad.

                        La cordura me abandonó cuando te perdí.

                        Soy la potente bruja de Siles que no deja de girar.

                        He perdido lo más valioso que tenía:

                        mi alma inmortal,

                        por un amor que no me correspondió.

                        He perdido todo por Vicente y no lo pude tener,

                        de nada sirvió mi belleza y juventud,

                        por ir detrás de un mal amor.

Es el año 2811 y me he enterado por un cuervo traidor que Vicente falleció a los dos meses de mi desaparición, tuvo un accidente de tránsito y agonizó por ocho noches, no podía morir. Su médico tratante dijo que murió luego de vomitar un líquido negro y putrefacto. El cuervo se carcajeaba y decía que era la sangre menstrual de la bruja de Siles, la que fui yo, era mi asistente y tomó mi forma humana, se hizo el dueño de mis posesiones y mi consultorio esotérico, nadie nunca notó la diferencia. Me conjuró junto a la Santa Inquisición a la profundidad macabra del infierno, a no morir y recordar por siempre a Vicente. Soy la bruja de Siles, te amo con pasión en la agonía del tiempo y en tus ojos verdes que miro con tristeza para mi pesar. Me llamo Odessa Fuentes y no te he dejado de amar. ¿Se parece el amor a la locura o a la razón? Eres tú, Vicente, quien camina en las puntas de mis dedos y en todo lo que es nombrado para recordar. Era cierto que la perversidad tiene su castigo, el mal puede devolverse de manera sencilla o inverosímil. Fui tan caprichosa y giro eternamente por perseguir un vil amor. Todo lo que comienza mal, termina mal.


 Carmen Rosa Orozco.
             Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.
             Fotografía de Ilya Kisaradov.

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