viernes, 11 de marzo de 2022

 



                     Todos duermen

preguntan por sus santos

aquellos que anteceden a la suerte o a los milagros,

pero nerviosa

y ofuscada

como poseída por un demonio infernal

busqué en los huecos oclusos de la memoria,

de las dispares tardes

donde los difuntos ven mis manos:

aruñando

rasgando

el musgo de las aceras,

los tendidos eléctricos,

el paso de las aves.

Mi voluptuoso cuerpo llamado carmín

y grasa revuelta

espinillas merodeando el rostro

convaleciente ya

por el dolor de mi vientre

y el rojo tránsito

que se desparrama de mis vellos,

la vulva hiriente

y sedienta de hombres

o de un simple orgasmo involuntario,

pero ya no frecuento el placer

sino el desespero y el agobio

como en una nota estridente

de la Rosamunda de Shubert

o la Reina asesina de un marido vil

en un siglo perdido de los longobardos;

debo terminar el afeite

o la conclusión que ha hecho falta

en este extraño universo

que se ha convertido mi mente

sino canto a la dulzura del amor

o a lo hermoso que rueda como brillos,

entonces cantaré

a este descalabro sin sentido

donde el sentimiento adormece

y pretende no nombrarse más.


                         Carmen Rosa Orozco.

                         De Oriana y otros apuntes.

                         Pintura de Helen Frankenthaler.

 

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