domingo, 1 de enero de 2023



Virginia oye a los pájaros hablar en griego.

No quería seguir viviendo con esa enfermedad, deseaba dejar intacta mi mirada sobre las nubes, el perfecto resplandor de la luz sobre mis cejas. Las flores iban a seguir creciendo después de mi muerte, él iba a seguir viviendo porque su voluntad lo determinó así. Sólo yo sabía la profundidad de mi tristeza, sólo yo sabía medir el desdén de los hombres por las mujeres tristes y el drama que ellas podrían ocasionar; pero la tristeza seguía allí marchitando la nieve y la sangre, sabía estar triste como nadie, sin importarme las críticas de los hombres que creían saberlo todo.

Mi talento podría ser mayor pero la melancolía me consume a partes y a veces de un todo sin interesarme la transcendencia o las figuras literarias, escribía para no volverme loca, para no oír esas voces que me atormentaban desde niña, cuando ellos acariciaban mis partes íntimas y nadie estuvo allí para salvarme, desde ese momento algo se partió en mí, me enfermé de tristeza y supe que viajaría a un mundo sordo sin voces ni luces que me cegaran, caía hondo y nadie se percataba, me enfermaba de tristeza y la escritura me agotaba, cómo deseo no estar enferma, poder ser libre de estas voces que me aturden y de esta melancolía que me mata, es fácil no estar enferma y juzgar a los más débiles por su salud mental, la cual es frágil y se rompe con los dedos o con un grito a medianoche.

Necesito escapar y no violentar más mis deseos, todo es tenue y se apaga, soy honesta al sentir que deseo morir; los alemanes están cerca, estoy casada con un judío y aparezco en la lista negra del Führer, se raciona la comida, mi casa ha sido destruida en Londres, sospecho lo peor, temo la caída de mis dientes, temo a una posible ceguera, temo al gris de mi cabello y a la caída de mis carnes, se van perdiendo los atributos físicos y una simplemente desea morir, porque se vivió dentro de la belleza de la piel y la sensatez; pero pierdo la cordura, se desliza lo que fui y prefiero verme muerta por mis manos a pudrirme en un campo de concentración nazi o a ser encerrada en un manicomio como una vieja loca y fea. Todos tenemos un tiempo de resplandor y un tiempo en el que dejamos de brillar, por ello prefiero estar muerta, ya no soporto nada, la luz del día me tortura, qué me puede importar al filo de mis horas que los estúpidos literatos ponderen mi obra o la sepulten, qué me puede importar eso, si sólo supe escribir con pasión y contra todo criterio que minimice a la mujer.

He descendido sin caer, quisiera vivir sin esa enfermedad, tenerlo todo a mi alcance para poder ser feliz, libre de esa melancolía y de los recuerdos que martirizan mi existencia, cuánto deseo vivir de un modo único y sin ataduras, deseo vivir sin esa enfermedad, libre para siempre de esa aflicción, de esa dolencia snob que desprecian quienes no conocen los laberintos oscuros de la mente.

Mi nombre es Adeline Virginia Woolf, nací en 1882 en una lejana y precaria noche que ya todos han olvidado, que he olvidado; la señora Dalloway no deja cantar a mis pájaros en griego, le atormenta la musicalidad de esa lengua, los asfixia con sus manos para que no me canten y mueran. He decidido dar mi último paseo, dejo el bastón y lleno los bolsillos de mi abrigo con piedras, me dirijo al río Ouse para no volver, después de escribir dos notas de despedida, una a mi amado Leonard y otra a mi hermana Vanessa, el camino se me hace largo, los recuerdos se aglomeran, las tardes en el Círculo de Bloomsbury no son suficientes para quedarme, ni los minutos silenciosos con Vita; nada es suficiente para quedarme, estoy muy cansada para seguir.

Estoy desaparecida, luego de tres semanas me encuentran, mi cuerpo está desgajado y sin brillo, intenté saltar por una ventana, ingerí veronal, pero el río ahogó lo que fui; no quedaron hijos que me lloraran o nietos que esparcieran mis cenizas como polvo de estrellas en Monk's House. Es tarde para lamentarse, la luz y el agua lograron cegar mis ojos de claridad, lo que miro se torna vaporoso, soy libre de este cuerpo que me consume, me sumerjo, me hundo, quiero ser hundida y dejar de respirar. Es 18 de abril de 1941 y aparezco.

                        Podría desintegrarme en esta habitación propia

que construí para ti,

como una sonámbula que pide al tiempo que la duerma

en los brazos de Orfeo

calmada por su lira

y sin recurrir a los medicamentos que me controlan,

ya no me desquicia el poder de tu voz en la alambrada,

la neblina se apodera de Orlando

sin saber si es hombre o mujer

y cuatro siglos no son suficientes para entender la vida.

Duermo por siete días,

me levanto y he perdido todo,

mi castillo ya no me pertenece,

poco les valgo porque me he convertido en mujer,

soy un hombre apresado dentro de una vagina

soy una mujer que se ha despertado sin su pene;

las palabras corren más allá del pensamiento

las oigo y las escribo como en un dictado

sentada en la última mesa de la clase.

No quise comer pierna de cordero con salsa de menta, me encantaba esta comida, ya mi sentido del gusto vacilaba entre el pasado y lo que me obligaba a hacer para terminar con el cansancio por la vida, el último plato que pude probar no me detuvo, el río me llamaba, sentía como podía crujir el tiempo, estallaba como burbujas de agua, las acciones decaían y me sentía miserable, el orden de la casa y las menudencias me aventajaron, no poder pagar las cuentas con solvencia evidenciaban la escasez. Louie cocinaba, mientras yo escapé sin que se percatara, Leonard notó mi ausencia una hora después pero ya era tarde, sobre la mesa él avizoró la desgracia.

Ser mujer en un mundo de hombres, escribir para las mujeres, ser despreciada por los hombres, romper las formas de la escritura e imponer un estilo que no pude diferenciar, disminuida en mi esencia pero leída después de todo. Me puedes catalogar de genio, tener  condiciones para la locura no diagnosticada, hablas sin eufemismos sobre mi deterioro mental, estar teñida de incesto y abuso sexual, ser expuesta en seiscientas páginas por mi sobrino Quentin. Intercambiar el orden de las oraciones porque estoy mal, pero sigo siendo meticulosa y obsesiva, he dejado de oír el viento para confiar en ti. Rasgo el aire y quebranto los espacios, he perdido la conexión con los objetos, ellos me suplantan inventando diálogos que no existen, el monólogo es más arduo que las deducciones que puedas hacer. En el garaje no queda nada, mi madre no ha muerto, hablo con ella en mi cuarto.

Es espeso este transcurrir, los veo hablar y discutir, los observo. Hemos publicado en la Hogarth Press varios libros. La Tierra Baldía me asusta y desacomoda, su ritmo desarregla mis horas. Publico artículos, escribo novelas sin pretensión alguna, llevo mis diarios al ático para no volar, ordeno la no ficción que me atolondra en los estantes. Rompiendo lo que es y deja de ser.

Te espero a la orilla de mi cama, amado Leonard, agradezco tus cuidados y atención, qué tarde valoramos el amor que nos otorga una buena persona; es lo mejor que le puede suceder a alguien: ser amado y cuidado por un ángel de bondad en esta tierra áspera y cruel para los débiles de espíritu.

                        Cómo dejar de besarte

                        y no sucumbir a los espacios sin abarcar.

                        Tengo miedo,

                        respiro el horror de la guerra sobre mis ojeras,

                        el hambre nos amedranta,

                        las casas son derribadas sin precisión

                        y corro para esconderme.

                        Las ardillas se ocultan en mis manos,

                        pero temo a todo.

                        Tengo miedo esta madrugada,

                        tengo miedo esta noche,

                        no dejo de temer en el día;

                        los pasos de la gente avanzan sobre mi sombra en el suelo,

                        puedo ver los cadáveres que me sepultan

                        y corren despavoridos detrás de las luciérnagas,

                        recojo los dientes caídos de las maestras

                        porque no hay calcio que fortalezca la dentadura y los huesos

                        no hay leche para alimentarse

                        o víveres que se salgan de la despensa

                        la proteína animal no abunda

                        y tengo miedo sobre la noche que me abarca.

                        Los jóvenes no socorren a los ancianos

                        por temor a envejecer antes de lo pautado,

                        me pica mi cuerpo

                        y siento temor a las alergias que lo enrojecen sin piedad.

                        Tengo miedo

                        porque todo transcurre sin anunciarme los cambios

                        no estoy preparada para sufrir,

                        es agónico perder:

                        perder las uñas y la piel,

                        los dientes y el cabello,

                        la belleza y el hambre,

                        las rentas y las casas,

                        la juventud y el placer.

                        Tengo miedo,

                        tengo miedo,

                        tengo mucho miedo y temor,

                        las crisis nerviosas no son atajadas por los hombres que me hacen gritar,

                        grito con rabia y temor,

                        he perdido muchas cosas,

                        he perdido casi todo y no puedo entenderlo.

                        Tengo temor esta tarde en que he decidido morir.


Carmen Rosa Orozco.

Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.

Fotografía de Annie Leibovitz.

 

domingo, 20 de noviembre de 2022

 


Saltar el Réquiem.

Me llamo Ana Isabel, soy la tía mayor de Sofía, es 29 de septiembre y la hora de partir de este mundo está muy cerca, me he entregado al Señor y no quiero estar más aquí, por doce años he soportado la EPOC. Mi esperanza de vida se iba achicando a medida que dejaba de respirar, el oxígeno no podía entrar. Sabía todo lo que pasaba alrededor, las noticias ya no me inquietaban u obraban la acción de desgarrarme por completo o a jirones, había desarrollado el hábito de la aceptación, había logrado comprender que todo era transitorio; lo que fue: es y podrá ser, lo que no fue: ha sido y será, era una gota inmaculada de agua en su vasta creación, permeable a todo y silenciosa, callada como una monja de clausura contemplando tanta belleza no observada, mi enfermedad y el silencio me acercaron a nuevas formas de vida y a lo que en condiciones normales no hubiese podido apreciar.

Es de mañana, lo sé por los sonidos de los pajaritos, será la última vez que los escuche, la luz entra titilante a mi cuarto, los rayos caen tímidos en la cama, donde desde hace mucho mi esposo Nicolás no está, él falleció de cáncer gástrico. Ya no quiero comer, sólo ingiero cucharadas de compotas de manzana y pera, consomé de pollo; amaba y disfrutaba la comida, fui una excelente cocinera y repostera.

Avanza el día, siento calor en mi enflaquecido cuerpo, no pueden prender el aire acondicionado, no me quejo; me he ido desprendiendo como la hoja de un árbol: en silencio, despacio, de manera anónima. Me gustaba coser, hacía hermosas cortinas para adornar mi casa, me esforcé mucho en construirla y arreglarla, levanté los techos tan altos que el sol y el aire corrieran sin poder yo detenerlos, los pisos fueron cambiados por porcelanato marrón, las paredes pintadas en brillo de seda color marfil, compré el mejor mobiliario y los más llamativos cuadros. No puedo decir que fue para nada, fui feliz al ir cumpliendo mis pequeñas metas.

El patio tiene jardineras hechas con ladrillos de obra, las matas se columpian en las nubes, saturan la tierra por su frondosidad, besan mis manos cuando las acaricio y les hablo, además, se construyó allí una estufa a leña para hacer los sancochos y las hallacas. Era tan feliz cuando mi madre venía a casa, ella también se ha ido, sé que me espera. Soy enfermera jubilada, vendo cocadas y helados para entretenerme y así poder hablar con los vecinos; no sé si usar los verbos en pasado o presente, me quedan horas, lo sé, un ángel me lo ha dicho al oído y no estoy loca, pequé de excesiva cordura.

Esta semana les he pedido perdón a mis familiares y ellos me han perdonado si en algo les falté, el acto del perdón ha aliviado mi cuerpo, es cada vez más ingrávido, como una gota de lluvia que no termina de caer. Mis hermanas Mariela y Nelsy me han cuidado estos tres años, lapso en el cual se agravó mi dolencia. Mis hijas han huido del país, como lo han hecho millones de personas, cómo no saber que el comunismo no posee ninguna bondad si mis hijas, nietas, yernos y sobrinos se han tenido que ir, vender lo que tenían a lotes o sin un valor real, para poder sufragar los gastos de la huida, me duele irme sin poder verlos una vez más, besarles en las mejillas y sentir esos abrazos que me hacían reír, me han amado y los amé. Envían remesas y medicamentos, no me olvidaron, no pude escuchar las últimas notas de voz, me sentía muy cansada, el amor también se iba esfumando, me iba apartando de todo, dejando ir el hilo rojo del amor, sin ataduras, sin recuerdos, sin ambiciones o deseos; a la inversa del vaciamiento me iba llenando de paz, cada vez más ingrávida y sin ningún peso, totalmente libre.

Son las cuatro de la tarde, creo yo, me he dejado cambiar la bata, me daba pena que mis hermanas vieran mi cuerpo desnudo, me han colocado el único pañal desechable que usaré, me quejo poco, la asfixia es rotunda, el oxígeno escasea al no poder pasar, la bombona y el concentrador han cumplido con exactitud la tarea de asistir mis pulmones. Recuerdo a todos mis familiares con amor, la mayoría son una explosión geográfica dispersa por los continentes, ellos no sentían poder tener un futuro decente en este país, los millares de pájaros de luz habían abandonado sus almas para irse, se fueron con lágrimas en los ojos y con el corazón roto, como lo hacen todos los que han huido, y con esa convicción que estrangula la fe, pero de la cual se tiene certeza cuando se está a solas: que no nos volveríamos a ver.

Tal vez sea así, ellas se han ido hace tres años, ellas: mis hijas y mis nietas, y presiento que no las volveré a ver.

Tengo setenta años, nací un 14 de febrero, limpiaba con aguas aromáticas y vinagre las encimeras de granito de la cocina, pulía la madera con aceite de teca, adornaba con impecable precisión la navidad en mi casa. Me agradaba ir a misa para agradecer, alumbrar con velas de colores a la Virgen y los Santos, también sé que me permitieron vivir con esta enfermedad sin quejarme y amando la vida, no pueden imaginar cómo fui feliz cada vez que agradecía.

Ha llegado mi sobrina Sofía, le digo que no quiero estar más aquí, que deseo irme, que hable con el Señor para que me reciba y perdone; ambas nos perdonamos.

Mi hermana Cecilia dice que son las ocho de la noche, veo mucha gente amontonada en mi cuarto, en el techo, en las paredes, en el sitio que habito, sé que son las Ánimas, se esmeran en no dejarme sola, acarician mi cabello, me susurran que no tenga miedo sin decir una palabra, auxilian mis pulmones como último gesto a la agonía, estoy moribunda, desfallecida y ellas me consuelan; se abre un halo de luz: veo a mis amados padres, a mi noble esposo. Mi respiración está siendo apagada sin interruptores ni prisa, con decoro, sin vacilaciones.

Son las diez de la noche, de repente, el reloj de pared anuncia las campanadas, se arregla y me recuerda que me queda poco sobre esta parcela de tiempo y espacio que amé, amaba la luz, amaba los días, amaba las noches, amaba la comida, amaba ayudar, amaba a mi familia, amaba ser feliz y lo fui. Amaba, amaba, amaba, no me cansaba de amar y de luchar, pero me queda muy poco tiempo, me estoy yendo y he dejado de amar lo que amaba; libre, vacía, sin apegos y en profunda paz.

Ha comenzado a llover, llueve sin misericordia del cielo como queriendo anunciar una catástrofe natural, son las once y media, sé que esta noche será la última noche lluviosa que ame mi corazón y sé que faltan minutos, las que me aman están allí para dejarme ir, mis hermanas me cuidan hasta el último segundo, así como, mi madre lo hizo cuando llegué, cuando me esperaba al salir de su vientre. Mis amadas hermanas estuvieron allí, mis párpados van cayendo lentamente, se van cerrando, me voy entregando, mis pulmones dejan de esforzarse, mi corazón colapsa y se rompe en dos, muero, fallezco, me voy completamente, como luz ingrávida y sin caer, como destellos sin apagar, lentamente, de forma fulminante y sin dolor, veo a mis hermanitas por última vez, oigo a lo lejos sus gritos. Es medianoche y nazco a un nuevo comienzo que desconozco, las aves vuelan en reverso y en trayecto vertical al sol, las plantas crecen en círculos, los lagos son brillantes y me invitan a cruzar, la luz estalla por doquier, floto, de manera ingrávida floto, floto, floto, soy luz. Ellos me esperan.  

Carmen Rosa Orozco.
Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.
Fotografía de JeeYoung Lee: Resurrection.






      Miro a la Dalia Negra fuera de la vitrina.

Mi nombre es Elizabeth Short, nací en Hyde Park el 29 de julio de 1924, no pude intuir mi desgraciado final, la realidad me perturbaba con sus bisturís ocres y sin ilusiones, pero yo persistía en ser una actriz aclamada de Hollywood; mi padre fingió su suicidio al abandonar su coche en un puente olvidado por el sol en octubre de 1930, había quedado arruinado, lo había perdido todo por La Gran Depresión, pasé diez años de mi vida acechada por los estragos de esa odiosa catástrofe económica; pero en pocas palabras nunca pude salir de la pobreza, mis dientes cariados, baja estatura y poco peso corporal me delataban como una pobre más, como una pobre blanca; pero mis sueños estallaban en el pecho y me llenaban de felicidad, de esa felicidad ficticia que poseen los sobrevivientes por cualquier cosa pequeña y sin importancia para los otros.

Si fuera escritora no me importaría el orden de los hechos ni los hilos conductores de una trama, mucho menos los incisos, ni el uso de los tiempos verbales o las conclusiones apresuradas; me importaría mi voz, lo que quiero decir o lo que sentí en vida o ahora que me llaman muerta. Fui víctima de un crimen atroz y banalizado por los medios de la época, he quedado apresada en el limbo de la vida no vivida y en la muerte no esperada, divago como muchos fantasmas volviendo minutos los siglos y convirtiendo en siglos los minutos; soy sombra de un hermoso rostro mutilado, aún maquillo con un labial rojo profundo mi sonrisa de Glasgow, esos labios rasgados de oreja a oreja, me miro en el espejo del vestíbulo del Hotel Cecil y salgo a encontrarme con la muerte, con esa que me partió en dos como si fuera un gran lomo de carne sin dolientes.

                        Me asomé al día con mi piel blanca sin saber que iba a pasar

                        era hermosa y pobre,

                        el viento y las aves sabían lo que iba a pasar,

                        mi novio muerto sabía lo que iba a pasar,

                        el sol lo sabía,

                        la noche lo presentía,

                        miraba la luz y se detenía,

                        mi madre se sobresaltó y sintió algo muy malo en su corazón

                        las premoniciones de una madre pueden ser confusas

                        pero nunca se equivocan.

                        Mi rostro palideció

                        y salí sin rumbo fijo,

                        esa noche no tenía donde dormir

                        ni dinero para pagar una habitación donde pernoctar.

                        El día antes conocí a Robert

deambulaba con mi maleta,

tal vez le dio pesar y me llevó a un motel,

no quería intimar con él ni con nadie,

el malestar estomacal asfixiaba mi atribulado espíritu.

Pinto flores de colores en mis manos,

me preparo para la muerte,

es una noche oscura y no está mi madre Phoebe,

las estrellas cuelgan mi nombre

en una marquesina brillante y sin dobleces,

soy famosa en mi mente

pero allá afuera

ningún cazatalentos pudo descubrirme

solo los flashes de los periodistas

sorprendidos por mi belleza sin una gota de sangre,

por mi cuerpo perfectamente lavado y asesinado.

He logrado ser famosa,

tengo siete días desaparecida

y 75 años estando muerta

despojada de mi cuerpo

y mis atributos.

Toco el aire y el sol con mis dedos,

mi tumba es translúcida,

sospechan de mi asesino

pero yo aún miro sus ojos bajo las nubes de Oakland.

Tengo 22 años y me han catalogado de promiscua, él envió al periódico Los Angeles Examiner la libreta de Mark Hansen, interrogaron a los 75 hombres de los cuales tenía sus nombres escritos allí, pero solo tres admitieron haber tenido relaciones sexuales conmigo, los otros alegaron que me rehusé a cualquier contacto íntimo. Salía con cualquier hombre por una cena en un restaurant lujoso, salía con ellos por comida porque tenía hambre. Mi mente divagaba en el cine, pero mi estómago crujía de hambre; lo poco que ganaba como camarera o de servicio doméstico o cualquier empleo eventual lo gastaba en ropa, tacones y maquillaje, siempre andaba preparada para ser descubierta y convertirme en una actriz famosa, pero nada de eso sucedió, la cruda realidad fue camuflajeada por mis delirios y anhelos desproporcionados, nací para ser famosa a la inversa, nací para estrellarme con mis aspiraciones, cerca están mis treinta años de edad y no he logrado nada, cómo iba a saber que mi horrendo asesinato me haría famosa, aún camino por las calles de Leimert Park para ser descubierta, pero nada sucedió nada sucede.

Tengo diecinueve años y me he ido a vivir a Vallejo en California con mi padre Cleo, ya entiendo porque mi mamá y mis cuatro hermanas nunca lo quisieron perdonar, me ha convertido en su sirvienta y me maltrata, como siempre maquillo la tortuosa realidad y la confundo con la ficción, trato de buscar la esperanza donde no se puede encontrar, es difícil aceptarlo pero mi padre me ha echado de su casa, me ha dado cien dólares para que me vaya, doblemente abandonada por él, pero estoy cerca de mi sueño de ser actriz.

Matthew y Gordon son los únicos hombres que me amaron en realidad, o eso creo yo, pero en mi corta vida pude conocer el amor. Matthew Gordon desde la India me escribió una carta en la cual me propuso matrimonio y le dije que sí, así su familia lo niegue después de mi muerte. Gordon Fickling se cansó de mis flirteos e inestabilidad afectiva, pero aún nos escribimos cartas, él se ha ido a Carolina del Norte, hoy es 8 de enero de 1947 y le cuento que me quiero ir a Chicago a trabajar como modelo.

                        Floto sobre nardos blancos,

                        ajusto la correa de mi estrecho vestido negro,

                        acicalo las ondas de mi pelo

                        muy negro y liso,

                        ondulado en partes,

                        él pintó mi cabello de color negro azabache

                        antes de poner mis brazos en ángulos rectos

                        como queriendo encapsular lo que soy y no soy.

                        Soy lo que no logré,

                        lo que quise ser y no pude,

                        mis comisuras desgarradas delatan en lo que me has convertido,

                        un cadáver maltrecho

y partido en dos con milimétrica precisión,

                        no tenía que comer y me obligas a ingerir mis excrementos,

                        no logré parir pero mi vagina la has tapiado

                        con un feto de piel muerta

                        del muslo de mi pierna izquierda,

                        con un bate donde no hay floraciones ni inviernos

                        quebraste mi cabeza y piernas;

                        todo por decirte no,

                        por no querer casarme contigo;

                        dolorosa fue la exactitud de tus dedos

                        sobre mi anatomía disuelta;

                        tu destreza en los abortos clandestinos

                        el rigor de tus conocimientos médicos

                        lograron dividirme en dos.

                        Siempre esa dicotomía:

                        la realidad y la ficción,

                        la que soy y sueño ser;

                        pero tú lo lograste,

me partiste en dos.

Es 15 de enero de 1947 y he aparecido en un terreno solitario en Los Ángeles. He logrado que me miren como a un maniquí fuera de la vitrina: con asombro y cierta tristeza. Me recuerdan, claro que me recuerdan. Deseo ser una actriz famosa y no deambular más.


Carmen Rosa Orozco.

Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.

Fotografía de Laura Makabresku.







jueves, 16 de junio de 2022





       Agatha Christie no recuerda el tramo en la oscuridad.


Que haya desaparecido por once días no quiere decir que haya olvidado todo, el abandono de mi marido no significó mi fin sino mi gloria, un hombre no lo puede ser todo, no lo es todo para una mujer, nadie debe ser todo para alguien, en vez de seguir llorando decidí ser famosa y pervivir por encima de mi muerte, podría decir que lo logré, el abandono por una mujer diez años más joven no significó mi ruina, Nancy Neele no iba a ser la artífice de mi destrucción, yo decidí que fuera la piedra angular de mi amor propio, no me importaba ganar el Nobel de Literatura o ser el caldo propicio para las manos infecundas de críticos literarios; mis propósitos eran ganar dinero y ser famosa.

No puedo decir con precisión en qué consiste la fama o cómo se llega a ella, mi madre Clara era vidente y en las líneas de mis manos pudo avizorar mi glorioso destino, no está mal, figuro como la tercera escritora más leída después de la Biblia y William Shakespeare, no está mal para una mujer que logró superar la traición del hombre al cual amaba, sus facciones perfectas y su atractivo cuerpo no serían mi perdición, siempre hay que amar a quien desea ser amado, a quien corresponde a nuestro amor, me aburrió de antemano el drama continuo que podría ocasionar esa ruptura, y por ello decidí seguir.

No recuerdo con exactitud si el golpe en el choque del auto me ocasionó la amnesia o la fuga histérica de los recuerdos de mis últimos días. Solo sé que quería olvidar lo más pronto posible y recuperarme, Archibald no obró la gracia de desgarrarme por completo, lo amaba, y ese día mi amor se acabó por él, estaba por encima de él y sus infidelidades, diré que me siento triunfante, que él aún se revuelca en su tumba por mi éxito, más nunca le volví a hablar, no quise ni me importó saber más nada de él, de los muertos que no son de nuestro agrado ni se habla ni se les recuerda.

Hoy es 3 de diciembre de 1926, cerca de las diez de la noche, salí hecha trizas de la casa en mi Morris Crowley después de una fuerte discusión con mi esposo, sé que me va a dejar por Nancy, veo todo confuso, mi corazón destila veneno y dolor; termino perdida por varios días en el Swan Hydropathic Hotel en Harrogate; solo quería ordenar mis ideas; otros me acusan de querer inculpar de asesinato a mi marido o de convertir esto en un truco publicitario para la promoción de mis novelas o de un intento de suicidio. Solo yo sé lo que pasó, era un profundo desconsuelo que me dividía en pequeñas partes que no podía juntar, era el pesar de un corazón deshecho por el abandono del esposo amado, no medí las consecuencias, quería estar sola y olvidar.

                        Caminé por la neblina siguiendo mi sombra

                        buscando los recuerdos queridos,

                        no encontré nada,

                        las lágrimas se congelaban en mi rostro

                        la sangre caía en chispas sin herirme.

                        Recordé mis días como enfermera voluntaria

                        en la Primera Guerra Mundial

                        mientras lo esperaba,

                        esquirlas de metal hacen supurar mi cabeza.

                        Rueda la noche de este helado diciembre

                        y no estás tú.

Esa temporada no la pasé tan sola, conversaba con Hércules Poirot sobre los asesinatos donde se veía involucrado por mis personajes y de sus fatigantes pesquisas detrás de los culpables. La curiosa Miss Marple me contó sobre la gran búsqueda de mi persona y del guante que llevó mi amigo Sir Arthur Conan Doyle a una médium para visualizar mi paradero, del rastreo arduo hecho por Scotland Yard, de las 100 libras ofrecidas por mi ubicación por un periódico famoso y  de mi desaparición anunciada a viva voz por el New York Times.

Allí recordé una tarde en la playa en la isla de Burgh hablando con mi madre y mi hermana Margaret; les contaba que la muerte, la intriga y el suspenso, eran muy atractivos para los lectores, que deseaba escribir novelas policiales a lo cual Madge me retó a que no podría hacerlo sin que el asesino se pusiera en rápida evidencia, del desafío resultó: El misterioso caso de Styles, era el año 1920.

Además, mientras realizaba unas anotaciones en unas hojas que me suministró el hotel, encima del margen superior aparecía una letra palmer en español que no era la mía, no sabía este idioma pero lo entendí de repente, en el pequeño espacio en blanco una chica llamada Meybel Moreno me escribió que había logrado interceptar las líneas del tiempo forjando sus pensamientos en materia soluble, por lo cual lo hacía fluir en ondas mentales transcritas en letras; me habló de lo dichosa que sería en mis segundas nupcias con un hombre llamado Max, de la gran fama de la cual gozaría, de mis tataranietos y otras tantas cosas más que me sorprenden. Su párrafo iba desapareciendo a medida que lo leía, de esa manera le respondí en el mismo lugar que me era grato conocer a alguien de una época futura preocupada por mi localización, le copié con determinación que preferí la transcendencia a seguir perturbada por una decepción amorosa y como la fuerza de mi voluntad fue más fuerte que el desamor.

Meybel apuntó con esmerada ortografía que preparaba su boda mientras Kiev era bombardeada por Rusia, que estaban saliendo de una pandemia parecida a la Gripe Española en 1918. Ella también prefirió escribir y olvidar, había emigrado a un país de Europa del Este desde Suramérica, que su escritura no era comercial y sus objetivos eran imprecisos, pero sirvió de paliativo a sus dolencias mentales ya que logró suprimir terapias y pastillas que la condujeron a un laberinto sin formas.

Lo último que le respondí fue que las acciones de los hombres quedan suspendidas en un punto frágil donde se rompen, lo que es no será, lo que fue no lo volverá a ser. No concebí el suicidio como opción debido a mis creencias cristianas y porque comprendí que iba a morir como todos, quería saber lo que pasaría conmigo si vivía hasta el final, apenas tengo 36 años y ese amor puede ahora significar mi mundo para mí, pero sé que después solo será recuerdo.

                        La luz flota en las cortinas del gran hotel

                        la banda toca una canción melodiosa

                        me sumerjo en el vaso de mi brandy escocés

                        y las voces de mis personajes me inquietan,

                        las esposas de los músicos me miran de forma lacerante

                        hurgando mis culpas

                        y la mirada que he perdido,

                        las mujeres pueden intuir las decepciones que ocasiona el amor.

                        En la piscina leo el periódico

                        y les digo que vengo de Ciudad del Cabo

                        huyendo a la aflicción por un duelo familiar.

            De modo que, tras la enfermedad,

llegaron la pena, la desesperación y un corazón roto.

                        Los días se confunden con las noches

                        se cuelan con los ojos y las palabras de otros,

                        todo sopla deteniéndose en un sitio tangencial

                        donde tus besos marcaron mi espalda

                        y yo te miraba de reojo en el espejo,

                        te amé, mi dulce Archie,

                        pero ya todo es cuestión de las gotas del tiempo,

del pantano y el olvido.

Reposo en tus labios como muestra de desacato y ofensa,

nadie sabrá amarte como yo,

pero no es fácil retener a quien ha decidido huir

esa tarea me podría llevar a la locura

y a perder el sentido de mi existencia,

equilibré tu ausencia

en centenares de hojas que nos inmortalizaron.

Quedaste en esa noche blanca, espesa y húmeda,

quedaste en un pasado inamovible y agotador.

Presté tu apellido,

pero más nunca oirás mi voz.

Tamizo mis dudas en Harley Street

y sé que soy lo único que tengo,

que al final estoy sola con mis libros.

Era Agatha,

quien más amó a Rosalind y Clara.


Carmen Rosa Orozco.

De: Los 20 retratos de Sofía en la pared.

Fotografía de Anka Zhuravleva.

Virginia oye a los pájaros hablar en griego. No quería seguir viviendo con esa enfermedad, deseaba dejar intacta mi mirada sobre las nubes...