Han rasguñado a Netta Fornario.
Es
19 de noviembre de 1929, luego de dos días desaparecida encuentran mi cadáver:
voluptuoso, blanco, rasguñado y ceñido a la bruma, es la una y media de la
tarde, dos hombres me vieron tendida en El Monte de las Hadas cerca de Loch
Staonaig; llevaba una ligera capa negra con mi cuerpo desnudo debajo, con un cuchillo
en la mano, encima de una cruz de palo improvisada, con un crucifijo de plata
ennegrecida asfixiando el cuello. Salí a caminar en una noche lluviosa y con
ventarrones extremos, no me importó la fuerza de los elementos naturales ni la sobrexposición
a estos, mi cuerpo aún era vigoroso, quería conocer todos los misterios
secretos a mi entendimiento, debía adentrarme en las horas ocultas y en los
retardos del alma dormida. La señora MacRae, mi casera en Traymore, se preocupa
por mis salidas nocturnas, siempre espera que llegue; es domingo y ningún ferry
sale a Londres, le grito que debo huir porque quieren asesinarme de forma
telepática, pero ella responde que debo esperar hasta el lunes para poder irme
ya que ninguna embarcación sale hoy.
Vivía
en Mortlake Road en Londres pero a
finales del verano de 1929 cuando tenía 31 años viajé hasta la
Isla Iona en Escocia guiada por un artículo de Fiona Macleod, además, de sentirme atraída por lo sobrenatural,
por el suave velo que separa a los vivos de los muertos, allí pude escuchar con
mayor claridad a los espíritus que me interceptan; escudriño mundos astrales,
viajo dejando a mi cuerpo en formas poco concisas y desacomodado, leo el tarot,
hago sesiones espiritistas, me entrometo sin temor en las situaciones poco
entendibles de los muertos; espero llegar al conocimiento de lo que no se puede
ver, tratar de arrojar conclusiones específicas y saciar esta hambre de lo que
no sé. Es tarde para regresar a la quietud de mi infancia.
Nací
en El Cairo en 1897, me llamo Norah
Emily Editha Fornario, pero me dicen Netta. Mi padre es italiano y mi madre
inglesa, él practica la medicina, ella es ama de casa. Soy ocultista, curandera
y escritora. Mi familia piensa que soy una fracasada, que no he logrado alcanzar ninguna meta real, que deambulo en
mis pesquisas imaginarias colindando entre la insania mental y lo ridículo, que
ningún hombre me desposará con mi vestuario estrambótico ni mis creencias
desatinadas. Pero esas cosas del amor y el sexo nunca fueron mi fuerte, no
recuerdo haberme enamorado o que mi piel se agitara por alguien, la naturaleza
sexual estaba muerta en mí, no me atraían los dramas amorosos ni las historias
felices, no todas las mujeres nacen para casarse y procrear, para soportar las
riendas absurdas del hogar, fui libre antes de mi nacimiento, no me importaba
morir o prolongarme como una sombra sobre las paredes; siempre me incliné por
las artes ocultas y lo no convencional, mientras la sociedad giraba sobre sus
ejes, mi mente, espíritu y cuerpo estaban desanclados de la realidad, sin tocar
la locura pero arañando lo sobrenatural, me pude ver flotando como una gota de rocío
que no podía mojar el pasto ni poseer ninguna virtud, tan libre como un ave del
cielo y tan oscura como una lágrima oculta.
Mi
madre murió al año siguiente de mi nacimiento, fui entregada por mi padre a mi abuelo
materno Thomas Ling en Londres, ya que él no me quiso criar y fui una molestia
para él, nunca se ocupó de mí y su amor siempre fue tardío o mejor dicho nunca
llegó. Cuando tenía doce años mi abuelo falleció, quedé a cargo de mi tío mayor,
la fortuna que me dejó establecía dos cláusulas referentes a que no podía vivir
fuera de Gran Bretaña y que nunca dejara de ser protestante, así que me acoplé
a estos argumentos para hacer uso del dinero heredado, lo cual no cumplí a
cabalidad. A los 14 años fui enviada por mi tío George a un internado, al Ladies
'College en Eastbourne para una exasperante educación victoriana. Luego, viví
en Italia como ciudadana de ese país y regresé en julio de 1922 a Inglaterra,
no sé de qué manera llegué a el programa Alpha et Omega, un grupo que se separó
de la Orden Hermética de la Golden Dawn, allí pude darle forma a mis singulares
pensamientos, encontré una conexión entre lo oculto y la normalidad, entendí como
un cuerpo podía ser el puente para eventos extraordinarios.
Las luces azules
gravitan
sobre las hadas,
vienen a buscarme,
corro desesperada por el
monte,
con la daga apuñalo la
gran cruz hecha de palos
sobre la que flotaré
a los mundos perdidos de
mi conciencia,
estoy en trance
y levito como una
marioneta de trapo
infecunda y tiesa
con los ojos cerrados a
la luz
y lo que resta por venir;
el alto hombre vestido
con capa negra
me ronda
me persigue,
corro hiriendo mis pies,
la niebla y el frío son
extremos,
mi corazón se agita
se apresura a seguir
palpitando dentro de mí,
no quiero morir esta
helada noche
enredada en el viento
que azota las olas,
no conocía este paraje
y la imprudencia obró
sobre mi razón,
el crucifijo ennegrece
por las opacas fuerzas de la noche
la cadena me ahorca y clava
en la hierba;
el hombre me aturde con
su pensamiento
me priva,
mi cuerpo exuda terror,
un demonio no invocado
ha venido a consumar mi espíritu
esta noche desafortunada,
jugué con el misterio y
lo insondable
siendo la única
perdedora sobre el tablero,
con su boca enorme
engulle mi espíritu y lo sofoca,
lo que ha sido carne ha
dejado de existir.
Es de mañana y salgo a
caminar
por las playas y los páramos,
exploro los lugares de esta isla mágica
pero las hadas no han venido a
socorrerme,
el hombre vestido de negro
me ha asesinado con los hilos sombríos
que brotan de sus dedos.
He
decidido hacer ayuno por cuarenta días, hago caso omiso a la diabetes que dice
mi padre que tengo, no creo en la medicina y sus alardes, no me importa
enmagrecer mi cuerpo por mis caprichos espirituales, debo entrar a esas
dimensiones desconocidas donde la luz se detiene a ver mis ojos y contemplar mi
belleza, debo caminar en reverso hacia los reinos paralelos, para ello debo
estar liviana como una pluma, ingrávida y sin temor, lograr así tocar las
esferas que vuelan a mi alrededor, detener el ruido ensordecedor de animales de
otras eras y confiar en que el cielo se une por una fina capa de silencio a la
tierra de los muertos, no debo comer, debo ser una hoja ligera preñada en la
mar, todo es blanco aquí, floto sobre el suelo y veo la luz, la detengo en mis
dedos, mi cuerpo se hace frágil en una línea continua con la claridad, floto,
no dejo de flotar, doy vueltas en el aire y camino sobre las flores, los
rituales son sencillos, huele a mastranto y lavanda, los niños corren detrás de
las nubes y las logran alcanzar, me voy haciendo ligera y no logro pensar, la
luz se hace extensa y me invade, no debo comer, pierdo masa muscular. Es el día
15 y suspendo el ayuno, allí, detrás de la luz supe que algo andaba mal en mí y
que sería breve mi estancia sobre este plano que desdeño. Sé que no viviré más
allá de los 32 años, ellos me lo han dicho.
Mi
familia o lo poco que queda de ella, no ha querido recuperar mi cadáver; no
tengo abuelos, ni madre, esposo o hijos, a mi padre nunca le interesó mi suerte,
han dicho a la Señora MacRae que dispongan de mí, los isleños han hecho una
colecta y me sepultan en Iona en una sencilla tumba con lápida de cemento. No
hay dolientes, ni asesinos, ni fecha o causas específicas de muerte, ni hadas
precipitadas sobre sus alas para salvarme. Podrán decir que esta corta vida fue
inútil a los ojos de los otros, pero nadie puede determinar esto a conciencia,
viví flotando y explorando lo oculto para hallar la luz y la muerte. Escribí
sobre mis presunciones y búsqueda espiritual, pero la gran novela nunca llegó,
dejé manuscritos en un lenguaje cifrado e incoherente que sólo los espíritus y las
alas de las mariposas pueden entender. Salía a divagar como una loca en
ciernes, eufórica y en puntas de pies, atónita ante el firmamento y de cara al
sol como lo hacen los profetas.
Dejé
una suma considerable de dinero en varios tipos de monedas en la casita para
huéspedes, he especificado que compren alpiste a los pájaros que cantan sobre
mi tumba, que siembren un abedul y nunca deje de sonar la Obertura de las Hébridas que escuché por
primera vez en la cueva de Fingal. Además, que al atardecer del día de mi
cumpleaños me sean llevadas siete rosas rojas y una corona de crisantemos para
mi frente.
A pesar de no ser católica oré en la Capilla de San
Oran y bebí el agua curativa del estanque de Santa Brígida, ella viene a
medianoche en el solsticio de verano a bendecir este pozo, no la logré mirar
como los demás; veía con cierta compasión los espíritus extraviados de las
monjas agustinas que deseaban hablarme pero se perdían en sus zigzags. Recé en
la tumba de Macbeth por algo de cordura, pero ella nunca nos asistió, vi
sobrevolar esas tres brujas agoreras que espesaron su sangre y mis manos
quedaron manchadas esa noche fatal, sus designios se cumplieron sobre el
fatídico Rey de Escocia y la curandera sin fe. Desde allí soy leyenda y olvido,
una rara historia que se fractura sobre el tiempo como vidrios y polvo, sólo
pude ser recordada por las extrañas circunstancias de mi muerte.
Carmen Rosa Orozco.
Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.
Fotografía de Laura Zalenga.
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