miércoles, 5 de junio de 2024


                                                   Han rasguñado a Netta Fornario.

    Es 19 de noviembre de 1929, luego de dos días desaparecida encuentran mi cadáver: voluptuoso, blanco, rasguñado y ceñido a la bruma, es la una y media de la tarde, dos hombres me vieron tendida en El Monte de las Hadas cerca de Loch Staonaig; llevaba una ligera capa negra con mi cuerpo desnudo debajo, con un cuchillo en la mano, encima de una cruz de palo improvisada, con un crucifijo de plata ennegrecida asfixiando el cuello. Salí a caminar en una noche lluviosa y con ventarrones extremos, no me importó la fuerza de los elementos naturales ni la sobrexposición a estos, mi cuerpo aún era vigoroso, quería conocer todos los misterios secretos a mi entendimiento, debía adentrarme en las horas ocultas y en los retardos del alma dormida. La señora MacRae, mi casera en Traymore, se preocupa por mis salidas nocturnas, siempre espera que llegue; es domingo y ningún ferry sale a Londres, le grito que debo huir porque quieren asesinarme de forma telepática, pero ella responde que debo esperar hasta el lunes para poder irme ya que ninguna embarcación sale hoy.

    Vivía en Mortlake Road en Londres pero a finales del verano de 1929 cuando tenía 31 años viajé hasta la Isla Iona en Escocia guiada por un artículo de Fiona Macleod, además, de sentirme atraída por lo sobrenatural, por el suave velo que separa a los vivos de los muertos, allí pude escuchar con mayor claridad a los espíritus que me interceptan; escudriño mundos astrales, viajo dejando a mi cuerpo en formas poco concisas y desacomodado, leo el tarot, hago sesiones espiritistas, me entrometo sin temor en las situaciones poco entendibles de los muertos; espero llegar al conocimiento de lo que no se puede ver, tratar de arrojar conclusiones específicas y saciar esta hambre de lo que no sé. Es tarde para regresar a la quietud de mi infancia.

    Nací en El Cairo en 1897, me llamo Norah Emily Editha Fornario, pero me dicen Netta. Mi padre es italiano y mi madre inglesa, él practica la medicina, ella es ama de casa. Soy ocultista, curandera y escritora. Mi familia piensa que soy una fracasada, que no he logrado  alcanzar ninguna meta real, que deambulo en mis pesquisas imaginarias colindando entre la insania mental y lo ridículo, que ningún hombre me desposará con mi vestuario estrambótico ni mis creencias desatinadas. Pero esas cosas del amor y el sexo nunca fueron mi fuerte, no recuerdo haberme enamorado o que mi piel se agitara por alguien, la naturaleza sexual estaba muerta en mí, no me atraían los dramas amorosos ni las historias felices, no todas las mujeres nacen para casarse y procrear, para soportar las riendas absurdas del hogar, fui libre antes de mi nacimiento, no me importaba morir o prolongarme como una sombra sobre las paredes; siempre me incliné por las artes ocultas y lo no convencional, mientras la sociedad giraba sobre sus ejes, mi mente, espíritu y cuerpo estaban desanclados de la realidad, sin tocar la locura pero arañando lo sobrenatural, me pude ver flotando como una gota de rocío que no podía mojar el pasto ni poseer ninguna virtud, tan libre como un ave del cielo y tan oscura como una lágrima oculta.

    Mi madre murió al año siguiente de mi nacimiento, fui entregada por mi padre a mi abuelo materno Thomas Ling en Londres, ya que él no me quiso criar y fui una molestia para él, nunca se ocupó de mí y su amor siempre fue tardío o mejor dicho nunca llegó. Cuando tenía doce años mi abuelo falleció, quedé a cargo de mi tío mayor, la fortuna que me dejó establecía dos cláusulas referentes a que no podía vivir fuera de Gran Bretaña y que nunca dejara de ser protestante, así que me acoplé a estos argumentos para hacer uso del dinero heredado, lo cual no cumplí a cabalidad. A los 14 años fui enviada por mi tío George a un internado, al Ladies 'College en Eastbourne para una exasperante educación victoriana. Luego, viví en Italia como ciudadana de ese país y regresé en julio de 1922 a Inglaterra, no sé de qué manera llegué a el programa Alpha et Omega, un grupo que se separó de la Orden Hermética de la Golden Dawn, allí pude darle forma a mis singulares pensamientos, encontré una conexión entre lo oculto y la normalidad, entendí como un cuerpo podía ser el puente para eventos extraordinarios.

                        Las luces azules gravitan

                        sobre las hadas,

                        vienen a buscarme,

                        corro desesperada por el monte,

                        con la daga apuñalo la gran cruz hecha de palos

                        sobre la que flotaré

                        a los mundos perdidos de mi conciencia,

                        estoy en trance

                        y levito como una marioneta de trapo

                        infecunda y tiesa

                        con los ojos cerrados a la luz

                        y lo que resta por venir;

                        el alto hombre vestido con capa negra

                        me ronda

                        me persigue,

                        corro hiriendo mis pies,

                        la niebla y el frío son extremos,

                        mi corazón se agita

                        se apresura a seguir palpitando dentro de mí,

                        no quiero morir esta helada noche

                        enredada en el viento que azota las olas,

                        no conocía este paraje

                        y la imprudencia obró sobre mi razón,

                        el crucifijo ennegrece por las opacas fuerzas de la noche

                        la cadena me ahorca y clava en la hierba;

                        el hombre me aturde con su pensamiento

                        me priva,

                        mi cuerpo exuda terror,

                        un demonio no invocado ha venido a consumar mi espíritu

                        esta noche desafortunada,

                        jugué con el misterio y lo insondable

                        siendo la única perdedora sobre el tablero,

                        con su boca enorme engulle mi espíritu y lo sofoca,

                        lo que ha sido carne ha dejado de existir.

                        Es de mañana y salgo a caminar

por las playas y los páramos,

exploro los lugares de esta isla mágica

pero las hadas no han venido a socorrerme,

el hombre vestido de negro

me ha asesinado con los hilos sombríos que brotan de sus dedos.

    He decidido hacer ayuno por cuarenta días, hago caso omiso a la diabetes que dice mi padre que tengo, no creo en la medicina y sus alardes, no me importa enmagrecer mi cuerpo por mis caprichos espirituales, debo entrar a esas dimensiones desconocidas donde la luz se detiene a ver mis ojos y contemplar mi belleza, debo caminar en reverso hacia los reinos paralelos, para ello debo estar liviana como una pluma, ingrávida y sin temor, lograr así tocar las esferas que vuelan a mi alrededor, detener el ruido ensordecedor de animales de otras eras y confiar en que el cielo se une por una fina capa de silencio a la tierra de los muertos, no debo comer, debo ser una hoja ligera preñada en la mar, todo es blanco aquí, floto sobre el suelo y veo la luz, la detengo en mis dedos, mi cuerpo se hace frágil en una línea continua con la claridad, floto, no dejo de flotar, doy vueltas en el aire y camino sobre las flores, los rituales son sencillos, huele a mastranto y lavanda, los niños corren detrás de las nubes y las logran alcanzar, me voy haciendo ligera y no logro pensar, la luz se hace extensa y me invade, no debo comer, pierdo masa muscular. Es el día 15 y suspendo el ayuno, allí, detrás de la luz supe que algo andaba mal en mí y que sería breve mi estancia sobre este plano que desdeño. Sé que no viviré más allá de los 32 años, ellos me lo han dicho.

    Mi familia o lo poco que queda de ella, no ha querido recuperar mi cadáver; no tengo abuelos, ni madre, esposo o hijos, a mi padre nunca le interesó mi suerte, han dicho a la Señora MacRae que dispongan de mí, los isleños han hecho una colecta y me sepultan en Iona en una sencilla tumba con lápida de cemento. No hay dolientes, ni asesinos, ni fecha o causas específicas de muerte, ni hadas precipitadas sobre sus alas para salvarme. Podrán decir que esta corta vida fue inútil a los ojos de los otros, pero nadie puede determinar esto a conciencia, viví flotando y explorando lo oculto para hallar la luz y la muerte. Escribí sobre mis presunciones y búsqueda espiritual, pero la gran novela nunca llegó, dejé manuscritos en un lenguaje cifrado e incoherente que sólo los espíritus y las alas de las mariposas pueden entender. Salía a divagar como una loca en ciernes, eufórica y en puntas de pies, atónita ante el firmamento y de cara al sol como lo hacen los profetas.

    Dejé una suma considerable de dinero en varios tipos de monedas en la casita para huéspedes, he especificado que compren alpiste a los pájaros que cantan sobre mi tumba, que siembren un abedul y nunca deje de sonar  la Obertura de las Hébridas que escuché por primera vez en la cueva de Fingal. Además, que al atardecer del día de mi cumpleaños me sean llevadas siete rosas rojas y una corona de crisantemos para mi frente.

    A pesar de no ser católica oré en la Capilla de San Oran y bebí el agua curativa del estanque de Santa Brígida, ella viene a medianoche en el solsticio de verano a bendecir este pozo, no la logré mirar como los demás; veía con cierta compasión los espíritus extraviados de las monjas agustinas que deseaban hablarme pero se perdían en sus zigzags. Recé en la tumba de Macbeth por algo de cordura, pero ella nunca nos asistió, vi sobrevolar esas tres brujas agoreras que espesaron su sangre y mis manos quedaron manchadas esa noche fatal, sus designios se cumplieron sobre el fatídico Rey de Escocia y la curandera sin fe. Desde allí soy leyenda y olvido, una rara historia que se fractura sobre el tiempo como vidrios y polvo, sólo pude ser recordada por las extrañas circunstancias de mi muerte.


Carmen Rosa Orozco.
Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.
Fotografía de Laura Zalenga.

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