Virginia oye a los pájaros hablar en griego.
No
quería seguir viviendo con esa enfermedad, deseaba dejar intacta mi mirada
sobre las nubes, el perfecto resplandor de la luz sobre mis cejas. Las flores
iban a seguir creciendo después de mi muerte, él iba a seguir viviendo porque
su voluntad lo determinó así. Sólo yo sabía la profundidad de mi tristeza, sólo
yo sabía medir el desdén de los hombres por las mujeres tristes y el drama que ellas
podrían ocasionar; pero la tristeza seguía allí marchitando la nieve y la
sangre, sabía estar triste como nadie, sin importarme las críticas de los
hombres que creían saberlo todo.
Mi
talento podría ser mayor pero la melancolía me consume a partes y a veces de un
todo sin interesarme la transcendencia o las figuras literarias, escribía para
no volverme loca, para no oír esas voces que me atormentaban desde niña, cuando
ellos acariciaban mis partes íntimas y nadie estuvo allí para salvarme, desde
ese momento algo se partió en mí, me enfermé de tristeza y supe que viajaría a
un mundo sordo sin voces ni luces que me cegaran, caía hondo y nadie se
percataba, me enfermaba de tristeza y la escritura me agotaba, cómo deseo no
estar enferma, poder ser libre de estas voces que me aturden y de esta
melancolía que me mata, es fácil no estar enferma y juzgar a los más débiles
por su salud mental, la cual es frágil y se rompe con los dedos o con un grito
a medianoche.
Necesito
escapar y no violentar más mis deseos, todo es tenue y se apaga, soy honesta al
sentir que deseo morir; los alemanes están cerca, estoy casada con un judío y
aparezco en la lista negra del Führer, se raciona la comida, mi casa ha sido
destruida en Londres, sospecho lo peor, temo la caída de mis dientes, temo a
una posible ceguera, temo al gris de mi cabello y a la caída de mis carnes, se
van perdiendo los atributos físicos y una simplemente desea morir, porque se
vivió dentro de la belleza de la piel y la sensatez; pero pierdo la cordura, se
desliza lo que fui y prefiero verme muerta por mis manos a pudrirme en un campo
de concentración nazi o a ser encerrada en un manicomio como una vieja loca y
fea. Todos tenemos un tiempo de resplandor y un tiempo en el que dejamos de
brillar, por ello prefiero estar muerta, ya no soporto nada, la luz del día me
tortura, qué me puede importar al filo de mis horas que los estúpidos literatos
ponderen mi obra o la sepulten, qué me puede importar eso, si sólo supe
escribir con pasión y contra todo criterio que minimice a la mujer.
He
descendido sin caer, quisiera vivir sin esa enfermedad, tenerlo todo a mi alcance
para poder ser feliz, libre de esa melancolía y de los recuerdos que martirizan
mi existencia, cuánto deseo vivir de un modo único y sin ataduras, deseo vivir
sin esa enfermedad, libre para siempre de esa aflicción, de esa dolencia snob
que desprecian quienes no conocen los laberintos oscuros de la mente.
Mi
nombre es Adeline Virginia Woolf, nací en 1882 en una lejana y precaria noche
que ya todos han olvidado, que he olvidado; la señora Dalloway no deja cantar a
mis pájaros en griego, le atormenta la musicalidad de esa lengua, los asfixia
con sus manos para que no me canten y mueran. He decidido dar mi último paseo,
dejo el bastón y lleno los bolsillos de mi abrigo con piedras, me dirijo al río
Ouse para no volver, después de escribir dos notas de despedida, una a mi amado
Leonard y otra a mi hermana Vanessa, el camino se me hace largo, los recuerdos
se aglomeran, las tardes en el Círculo de Bloomsbury no son suficientes para
quedarme, ni los minutos silenciosos con Vita; nada es suficiente para
quedarme, estoy muy cansada para seguir.
Estoy
desaparecida, luego de tres semanas me encuentran, mi cuerpo está desgajado y
sin brillo, intenté saltar por una ventana, ingerí veronal, pero el río ahogó
lo que fui; no quedaron hijos que me lloraran o nietos que esparcieran mis
cenizas como polvo de estrellas en Monk's House. Es tarde para lamentarse, la
luz y el agua lograron cegar mis ojos de claridad, lo que miro se torna
vaporoso, soy libre de este cuerpo que me consume, me sumerjo, me hundo, quiero
ser hundida y dejar de respirar. Es 18 de abril de 1941 y aparezco.
Podría desintegrarme en
esta habitación propia
que construí para ti,
como una sonámbula que pide al tiempo
que la duerma
en los brazos de Orfeo
calmada por su lira
y sin recurrir a los medicamentos que me
controlan,
ya no me desquicia el poder de tu voz en
la alambrada,
la neblina se apodera de Orlando
sin saber si es hombre o mujer
y cuatro siglos no son suficientes para
entender la vida.
Duermo por siete días,
me levanto y he perdido todo,
mi castillo ya no me pertenece,
poco les valgo porque me he convertido
en mujer,
soy un hombre apresado dentro de una
vagina
soy una mujer que se ha despertado sin
su pene;
las palabras corren más allá del
pensamiento
las oigo y las escribo como en un
dictado
sentada en la última mesa de la clase.
No
quise comer pierna de cordero con salsa de menta, me encantaba esta comida, ya
mi sentido del gusto vacilaba entre el pasado y lo que me obligaba a hacer para
terminar con el cansancio por la vida, el último plato que pude probar no me
detuvo, el río me llamaba, sentía como podía crujir el tiempo, estallaba como
burbujas de agua, las acciones decaían y me sentía miserable, el orden de la
casa y las menudencias me aventajaron, no poder pagar las cuentas con solvencia
evidenciaban la escasez. Louie cocinaba, mientras yo escapé sin que se
percatara, Leonard notó mi ausencia una hora después pero ya era tarde, sobre
la mesa él avizoró la desgracia.
Ser
mujer en un mundo de hombres, escribir para las mujeres, ser despreciada por
los hombres, romper las formas de la escritura e imponer un estilo que no pude
diferenciar, disminuida en mi esencia pero leída después de todo. Me puedes
catalogar de genio, tener condiciones
para la locura no diagnosticada, hablas sin eufemismos sobre mi deterioro
mental, estar teñida de incesto y abuso sexual, ser expuesta en seiscientas
páginas por mi sobrino Quentin. Intercambiar el orden de las oraciones porque
estoy mal, pero sigo siendo meticulosa y obsesiva, he dejado de oír el viento
para confiar en ti. Rasgo el aire y quebranto los espacios, he perdido la
conexión con los objetos, ellos me suplantan inventando diálogos que no
existen, el monólogo es más arduo que las deducciones que puedas hacer. En el
garaje no queda nada, mi madre no ha muerto, hablo con ella en mi cuarto.
Es
espeso este transcurrir, los veo hablar y discutir, los observo. Hemos
publicado en la Hogarth Press varios libros. La Tierra Baldía me asusta y
desacomoda, su ritmo desarregla mis horas. Publico artículos, escribo novelas
sin pretensión alguna, llevo mis diarios al ático para no volar, ordeno la no
ficción que me atolondra en los estantes. Rompiendo lo que es y deja de ser.
Te
espero a la orilla de mi cama, amado Leonard, agradezco tus cuidados y
atención, qué tarde valoramos el amor que nos otorga una buena persona; es lo
mejor que le puede suceder a alguien: ser amado y cuidado por un ángel de
bondad en esta tierra áspera y cruel para los débiles de espíritu.
Cómo dejar de besarte
y no sucumbir a los
espacios sin abarcar.
Tengo miedo,
respiro el horror de la
guerra sobre mis ojeras,
el hambre nos amedranta,
las casas son derribadas
sin precisión
y corro para esconderme.
Las ardillas se ocultan
en mis manos,
pero temo a todo.
Tengo miedo esta
madrugada,
tengo miedo esta noche,
no dejo de temer en el
día;
los pasos de la gente
avanzan sobre mi sombra en el suelo,
puedo ver los cadáveres
que me sepultan
y corren despavoridos
detrás de las luciérnagas,
recojo los dientes caídos
de las maestras
porque no hay calcio que
fortalezca la dentadura y los huesos
no hay leche para
alimentarse
o víveres que se salgan
de la despensa
la proteína animal no abunda
y tengo miedo sobre la
noche que me abarca.
Los jóvenes no socorren
a los ancianos
por temor a envejecer
antes de lo pautado,
me pica mi cuerpo
y siento temor a las
alergias que lo enrojecen sin piedad.
Tengo miedo
porque todo transcurre
sin anunciarme los cambios
no estoy preparada para
sufrir,
es agónico perder:
perder las uñas y la
piel,
los dientes y el
cabello,
la belleza y el hambre,
las rentas y las casas,
la juventud y el placer.
Tengo miedo,
tengo miedo,
tengo mucho miedo y
temor,
las crisis nerviosas no
son atajadas por los hombres que me hacen gritar,
grito con rabia y temor,
he perdido muchas cosas,
he perdido casi todo y
no puedo entenderlo.
Tengo temor esta tarde
en que he decidido morir.
Carmen Rosa Orozco.
Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.
Fotografía de Annie Leibovitz.
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