domingo, 1 de enero de 2023



Virginia oye a los pájaros hablar en griego.

No quería seguir viviendo con esa enfermedad, deseaba dejar intacta mi mirada sobre las nubes, el perfecto resplandor de la luz sobre mis cejas. Las flores iban a seguir creciendo después de mi muerte, él iba a seguir viviendo porque su voluntad lo determinó así. Sólo yo sabía la profundidad de mi tristeza, sólo yo sabía medir el desdén de los hombres por las mujeres tristes y el drama que ellas podrían ocasionar; pero la tristeza seguía allí marchitando la nieve y la sangre, sabía estar triste como nadie, sin importarme las críticas de los hombres que creían saberlo todo.

Mi talento podría ser mayor pero la melancolía me consume a partes y a veces de un todo sin interesarme la transcendencia o las figuras literarias, escribía para no volverme loca, para no oír esas voces que me atormentaban desde niña, cuando ellos acariciaban mis partes íntimas y nadie estuvo allí para salvarme, desde ese momento algo se partió en mí, me enfermé de tristeza y supe que viajaría a un mundo sordo sin voces ni luces que me cegaran, caía hondo y nadie se percataba, me enfermaba de tristeza y la escritura me agotaba, cómo deseo no estar enferma, poder ser libre de estas voces que me aturden y de esta melancolía que me mata, es fácil no estar enferma y juzgar a los más débiles por su salud mental, la cual es frágil y se rompe con los dedos o con un grito a medianoche.

Necesito escapar y no violentar más mis deseos, todo es tenue y se apaga, soy honesta al sentir que deseo morir; los alemanes están cerca, estoy casada con un judío y aparezco en la lista negra del Führer, se raciona la comida, mi casa ha sido destruida en Londres, sospecho lo peor, temo la caída de mis dientes, temo a una posible ceguera, temo al gris de mi cabello y a la caída de mis carnes, se van perdiendo los atributos físicos y una simplemente desea morir, porque se vivió dentro de la belleza de la piel y la sensatez; pero pierdo la cordura, se desliza lo que fui y prefiero verme muerta por mis manos a pudrirme en un campo de concentración nazi o a ser encerrada en un manicomio como una vieja loca y fea. Todos tenemos un tiempo de resplandor y un tiempo en el que dejamos de brillar, por ello prefiero estar muerta, ya no soporto nada, la luz del día me tortura, qué me puede importar al filo de mis horas que los estúpidos literatos ponderen mi obra o la sepulten, qué me puede importar eso, si sólo supe escribir con pasión y contra todo criterio que minimice a la mujer.

He descendido sin caer, quisiera vivir sin esa enfermedad, tenerlo todo a mi alcance para poder ser feliz, libre de esa melancolía y de los recuerdos que martirizan mi existencia, cuánto deseo vivir de un modo único y sin ataduras, deseo vivir sin esa enfermedad, libre para siempre de esa aflicción, de esa dolencia snob que desprecian quienes no conocen los laberintos oscuros de la mente.

Mi nombre es Adeline Virginia Woolf, nací en 1882 en una lejana y precaria noche que ya todos han olvidado, que he olvidado; la señora Dalloway no deja cantar a mis pájaros en griego, le atormenta la musicalidad de esa lengua, los asfixia con sus manos para que no me canten y mueran. He decidido dar mi último paseo, dejo el bastón y lleno los bolsillos de mi abrigo con piedras, me dirijo al río Ouse para no volver, después de escribir dos notas de despedida, una a mi amado Leonard y otra a mi hermana Vanessa, el camino se me hace largo, los recuerdos se aglomeran, las tardes en el Círculo de Bloomsbury no son suficientes para quedarme, ni los minutos silenciosos con Vita; nada es suficiente para quedarme, estoy muy cansada para seguir.

Estoy desaparecida, luego de tres semanas me encuentran, mi cuerpo está desgajado y sin brillo, intenté saltar por una ventana, ingerí veronal, pero el río ahogó lo que fui; no quedaron hijos que me lloraran o nietos que esparcieran mis cenizas como polvo de estrellas en Monk's House. Es tarde para lamentarse, la luz y el agua lograron cegar mis ojos de claridad, lo que miro se torna vaporoso, soy libre de este cuerpo que me consume, me sumerjo, me hundo, quiero ser hundida y dejar de respirar. Es 18 de abril de 1941 y aparezco.

                        Podría desintegrarme en esta habitación propia

que construí para ti,

como una sonámbula que pide al tiempo que la duerma

en los brazos de Orfeo

calmada por su lira

y sin recurrir a los medicamentos que me controlan,

ya no me desquicia el poder de tu voz en la alambrada,

la neblina se apodera de Orlando

sin saber si es hombre o mujer

y cuatro siglos no son suficientes para entender la vida.

Duermo por siete días,

me levanto y he perdido todo,

mi castillo ya no me pertenece,

poco les valgo porque me he convertido en mujer,

soy un hombre apresado dentro de una vagina

soy una mujer que se ha despertado sin su pene;

las palabras corren más allá del pensamiento

las oigo y las escribo como en un dictado

sentada en la última mesa de la clase.

No quise comer pierna de cordero con salsa de menta, me encantaba esta comida, ya mi sentido del gusto vacilaba entre el pasado y lo que me obligaba a hacer para terminar con el cansancio por la vida, el último plato que pude probar no me detuvo, el río me llamaba, sentía como podía crujir el tiempo, estallaba como burbujas de agua, las acciones decaían y me sentía miserable, el orden de la casa y las menudencias me aventajaron, no poder pagar las cuentas con solvencia evidenciaban la escasez. Louie cocinaba, mientras yo escapé sin que se percatara, Leonard notó mi ausencia una hora después pero ya era tarde, sobre la mesa él avizoró la desgracia.

Ser mujer en un mundo de hombres, escribir para las mujeres, ser despreciada por los hombres, romper las formas de la escritura e imponer un estilo que no pude diferenciar, disminuida en mi esencia pero leída después de todo. Me puedes catalogar de genio, tener  condiciones para la locura no diagnosticada, hablas sin eufemismos sobre mi deterioro mental, estar teñida de incesto y abuso sexual, ser expuesta en seiscientas páginas por mi sobrino Quentin. Intercambiar el orden de las oraciones porque estoy mal, pero sigo siendo meticulosa y obsesiva, he dejado de oír el viento para confiar en ti. Rasgo el aire y quebranto los espacios, he perdido la conexión con los objetos, ellos me suplantan inventando diálogos que no existen, el monólogo es más arduo que las deducciones que puedas hacer. En el garaje no queda nada, mi madre no ha muerto, hablo con ella en mi cuarto.

Es espeso este transcurrir, los veo hablar y discutir, los observo. Hemos publicado en la Hogarth Press varios libros. La Tierra Baldía me asusta y desacomoda, su ritmo desarregla mis horas. Publico artículos, escribo novelas sin pretensión alguna, llevo mis diarios al ático para no volar, ordeno la no ficción que me atolondra en los estantes. Rompiendo lo que es y deja de ser.

Te espero a la orilla de mi cama, amado Leonard, agradezco tus cuidados y atención, qué tarde valoramos el amor que nos otorga una buena persona; es lo mejor que le puede suceder a alguien: ser amado y cuidado por un ángel de bondad en esta tierra áspera y cruel para los débiles de espíritu.

                        Cómo dejar de besarte

                        y no sucumbir a los espacios sin abarcar.

                        Tengo miedo,

                        respiro el horror de la guerra sobre mis ojeras,

                        el hambre nos amedranta,

                        las casas son derribadas sin precisión

                        y corro para esconderme.

                        Las ardillas se ocultan en mis manos,

                        pero temo a todo.

                        Tengo miedo esta madrugada,

                        tengo miedo esta noche,

                        no dejo de temer en el día;

                        los pasos de la gente avanzan sobre mi sombra en el suelo,

                        puedo ver los cadáveres que me sepultan

                        y corren despavoridos detrás de las luciérnagas,

                        recojo los dientes caídos de las maestras

                        porque no hay calcio que fortalezca la dentadura y los huesos

                        no hay leche para alimentarse

                        o víveres que se salgan de la despensa

                        la proteína animal no abunda

                        y tengo miedo sobre la noche que me abarca.

                        Los jóvenes no socorren a los ancianos

                        por temor a envejecer antes de lo pautado,

                        me pica mi cuerpo

                        y siento temor a las alergias que lo enrojecen sin piedad.

                        Tengo miedo

                        porque todo transcurre sin anunciarme los cambios

                        no estoy preparada para sufrir,

                        es agónico perder:

                        perder las uñas y la piel,

                        los dientes y el cabello,

                        la belleza y el hambre,

                        las rentas y las casas,

                        la juventud y el placer.

                        Tengo miedo,

                        tengo miedo,

                        tengo mucho miedo y temor,

                        las crisis nerviosas no son atajadas por los hombres que me hacen gritar,

                        grito con rabia y temor,

                        he perdido muchas cosas,

                        he perdido casi todo y no puedo entenderlo.

                        Tengo temor esta tarde en que he decidido morir.


Carmen Rosa Orozco.

Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.

Fotografía de Annie Leibovitz.

 

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