martes, 26 de octubre de 2021

 

            

               Voy vestida de Novia

con un traje blanco y muy largo,

con el cual me enredo,

mi embarazo no se nota

es una nuez en mi vientre,

los ríos confluyen muy transparentes.

Virginia y Grecia lavan las piedras,

no cuento con una caída en picada,

es denso el consentimiento de mi compañero,

una bruja vestida de negro volando en su escoba

asusta a los invitados a la boda,

se resguardan sobre la casa

que se desmorona en la cumbre.

Lo que no vi callé, lo que admiré

lo convertí en el oscuro testamento de mis días.

Ahora mis huesos son cal para las aves de los campos.

Regué luego las flores

que adornaron las mesas

y lancé mi bouquet

a una vieja solterona y desprejuiciada

que besó mil bocas suicidas

y sucumbió ante cuerpos

olorosos a almizcle y aguardiente,

mi boda fue una mañana azul

donde el viento no soplaba sino se enardecía

iba como una muerta,

pálida y sin ninguna expresión,

el tiempo rebotó

junto a las ballenas venidas de un mar alterno,

ahogué mis ecos,

saturé mis pesadillas de rosas y dinero,

pasé por el dintel de su puerta

y crecí como levadura hasta el cielo,

miré tu rostro en mi desmemoria

y no supe más de Valmore en mis sueños,

ni de los fantasmas que me aterran

en las mazmorras viscosas

de los vasos curtidos por el tiempo.

Pero he soñado Dylan Thomas, he soñado

con la sal de las apariciones

y la fecunda caída del tiempo entre mis manos.

Miro al novio y culmina mi boda.


Del poemario: El país de Amanda.

Carmen Rosa Orozco.

Fotografía de Katerina Plotnikova.





 

 

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