jueves, 30 de diciembre de 2021

 


No quiero hablar,

no puedo hablar,

el corrector adivina mis palabras,

las antepone a mi desgracia,

a mi muerte prematura,

pareciera estar muerta pero estoy muerta.

Los espíritus deambulan en mi casa vacía mordida por la noche.

Escribo en los espacios dados por el Instagram,

donde todos fingimos ser felices y perfectos.

Se transgreden las horas con tu ausencia,

he perdido años amando a un hombre que no sabe amar,

que me sepulta en el zig zag entre la memoria y la desolación.

Los gusanos pudren mi carne dentro de una fosa común,

es el año 1918 y he muerto de gripe española,

huía de la guerra pero encontré la muerte,

mis senos se deshojaron como rosas

y mi aliento no succionó más tus besos,

todo lo que amé se marchitó en esa mortaja blanca

y en el velo de encajes que nunca me llevó a mi boda.

No quiero hablar,

quiero estar encerrada para siempre en esta casa

donde la hierba crece hasta el cielo

y las aves se entrecruzan con mis dedos,

soy muy feliz con los dos personas a las cuales más amo;

he quedado apresada en la casa

donde la neblina es destilada en botellas que no se cuelgan

y monedas que no existen.

Un oso de peluche nombrado Doki me mira con ternura

y mi hija duerme en el camarote

de un trasatlántico llamado Alborada,

huimos y somos consumidas por la niebla.

He dejado de escribir sobre cuadernos oleaginosos y temerarios,

sobre la portátil que me obsequió Romer;

escribo sobre sitios colectivos que no me pertenecen.

Un coyote ha cobrado tres mil dólares a Amelia

para que pueda surcar el cielo sobre Arizona.

Quiero estar lejos de esta realidad

que se derrumba entre ruinas borrascosas,

el aire es tamizado por mi perfilada nariz

que me costó tu odio y tu desdén.

He estado muerta,

pero pretendí no saberlo.

Escribo libros que nadie lee

para no terminar desquiciada por no ingerir mis somníferos,

no me interesa publicar,

ni corregir los textos de mis amigos imaginarios,

me desconcierta interactuar con otros.

Te amo a pesar del colapso y la devastación,

un día estaremos muertos

y no se percatarán de nuestro olvido.

Te ruego, te amo y ardo encima de este país en llamas.

 

                                                Del poemario: Bocetos para Alicia.

                                                Carmen Rosa Orozco.

                                                Fotografía de Laura Makabresku.

 

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