La Reina Roja de Angasara.
Angasara
era un territorio diezmado por la tristeza y desolación, gran parte de sus
moradores se habían ido, confundían el descenso de los rayos del sol con la
incertidumbre, allí vivía la Reina Roja que era obesa, opulenta, estaba llena
de perversidad y rencor, tenía la capacidad de manipular a otros y hacerles
cumplir su voluntad en hostigar a quienes no le complacían, una de ellas era
Alicia, una minúscula chica de apariencia frágil, con huesos de goma y piel
color violeta potente, trabajaba en una mina del reinado que parecía no tener
fin, se oponía a extraer el oro con mercurio, escarbaba en la tierra con sus
dedos confundiéndose la sangre con las vetas doradas y el marrón.
Alicia
había sido abandonada por su padre y era despreciada por su madre, no tuvo
suerte en el amor conyugal, sus hermanos huyeron a otros reinos porque no soportaban
el rigor de la escasez, en Angasara los despropósitos y la crueldad eran las
medidas de pago; sus relaciones se
habían limitado a diálogos con un ser invisible que habitaba en su adentro, la
voz respondía a sus lamentos, acusaciones y deseos más profundos; la noche de
su mayor agonía un rayo azul de intensidad prolongada iluminó su cama, se podría decir
que desde allí Alicia se hizo muy fuerte, nada le afligía o perturbaba como antes.
Hablaba con los pájaros,
escribía en papiros desgastados
por los siglos,
conservé la mesura
y el orden perfecto de
las cosas,
tocaba el piano en la
profundidad del silencio
y miraba tus ojos para
descansar.
Casi todos se habían ido
o muerto,
las voces de los niños
y las pisadas de los
fantasmas anclados a tu casa
me recordaron el
movimiento soluble del tiempo,
la permanencia de las
rosas rojas en el florero
no determinaron la
contrariedad ni el desarraigo
sino el hondo amor que
colmaba mi pecho.
Angasara lucía devastada
e infernal,
pero la observé con
ternura y floreció
no se marchitó y tuve
paz.
La
Reina Roja gozaba de una proverbial envidia con la cual lograba disecar los
grandes árboles de las aldeas y parques, su tacto emanaba una energía gris y
pesada, los tocaba y morían, sus troncos eran vaciados hacia el subsuelo
dejándolos huecos y a punto de caer. Angasara estaba siendo deforestada por la
maldad de la Reina, disfrutaba de la ruina que dejaba a su paso, sin sentir
remordimiento o pena, los habitantes caminaban para poder huir y tratar de
empezar sus vidas en otras latitudes con lo poco que llevaban y no les robaban
los guardias reales.
Alicia
vivía dentro de una esfera blanca y luminosa que colgaba de una Secuoya de más
de 500 metros de altura, las miradas se perdían al verlo, suponían los
pobladores que había un pacto entre el infinito y el árbol gigante, sus ramas
se expandían en una dimensión alterna y oblicua como intentado burlar el paso
del tiempo. Alicia no envejecía y cuidaba a su hermana menor que era del tamaño
de una perla, era reluciente, su masa corpórea se aglutinaba y descomponía en
gotas. Tocaba el piano y la flauta dulce, dibujaba rostros con grafito, leía
libros que iban desapareciendo en estantes extendidos hasta la luz y el desdén de las horas.
Su
tiempo no transcurría sino que se agotaba en contemplar sucesos inexistentes y
flotar. Los relojes de arena se agitaban en espirales y no lograban anunciar lo transcurrido. El oro que ganaba
en las minas lo donaba a los más pobres y que aún estaban limitados a comer,
Alicia se sustentaba de la fuerza del viento y del orden inverso de los
elementos que se apostaban en el diámetro circular de su hogar.
Sus
historias no tenían principio o fin, o una trama convencional, sus emociones
eran las de una niña que no se correspondían con el territorio distópico donde
le tocó vivir. Los minutos pasaban y la Reina Roja de Angasara seguía
engordando, haciendo mofa de sus ciudadanos, sometiéndolos a torturas, bromas y
desesperos. Era necesario tratar de sobrevivir en las calles largas e
inhóspitas de Angasara o ser diestros en el arte de huir.
En Angasara huelo las
gardenias,
acaricio la luz
y sueño en que nadie me
hará daño,
flotaré como una especie
vegetal
ingrávida y desconocida
para los botánicos.
Escondida en la luz
siendo luz,
dispersa en átomos que
no se unen
para no convertirse en
materia
sino en luz que huye y
se dispersa
como florecitas sobre la
hierba
como narices de niños
que aspiran dulces fragancias.
Era inocente entre todas
y conservé el resplandor
a pesar de los cruentos eventos.
La Reina Roja trata de
atormentarme pero no puede,
he logrado ser yo y no
distraerme.
En
Angasara esperamos que el mar caiga a cuentagotas, que los leones no atrapen
las liebres, que la luz deje de ser luz y se transforme en inalterable claridad;
que la Reina Roja desaparezca para siempre por causales de la magia de Asir,
por presión de la justicia o por castigo
a sus hechos. Todo parece estancado y que los acontecimientos no se reordenan
para anunciar una época feliz, pero logro ver a Angasara en las líneas del
tiempo y brillará.
Carmen Rosa Orozco.
De Bocetos para Alicia.
Fotografía de Anka Zhuravleva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario