jueves, 16 de junio de 2022

 


La Reina Roja de Angasara.


Angasara era un territorio diezmado por la tristeza y desolación, gran parte de sus moradores se habían ido, confundían el descenso de los rayos del sol con la incertidumbre, allí vivía la Reina Roja que era obesa, opulenta, estaba llena de perversidad y rencor, tenía la capacidad de manipular a otros y hacerles cumplir su voluntad en hostigar a quienes no le complacían, una de ellas era Alicia, una minúscula chica de apariencia frágil, con huesos de goma y piel color violeta potente, trabajaba en una mina del reinado que parecía no tener fin, se oponía a extraer el oro con mercurio, escarbaba en la tierra con sus dedos confundiéndose la sangre con las vetas doradas y el marrón.

Alicia había sido abandonada por su padre y era despreciada por su madre, no tuvo suerte en el amor conyugal, sus hermanos huyeron a otros reinos porque no soportaban el rigor de la escasez, en Angasara los despropósitos y la crueldad eran las medidas de pago;  sus relaciones se habían limitado a diálogos con un ser invisible que habitaba en su adentro, la voz respondía a sus lamentos, acusaciones y deseos más profundos; la noche de su mayor agonía un rayo azul de intensidad  prolongada iluminó su cama, se podría decir que desde allí Alicia se hizo muy fuerte, nada le afligía o perturbaba como antes.

                        Hablaba con los pájaros,

                        escribía en papiros desgastados por los siglos,

                        conservé la mesura

                        y el orden perfecto de las cosas,

                        tocaba el piano en la profundidad del silencio

                        y miraba tus ojos para descansar.

                        Casi todos se habían ido o muerto,

                        las voces de los niños

                        y las pisadas de los fantasmas anclados a tu casa

                        me recordaron el movimiento soluble del tiempo,

                        la permanencia de las rosas rojas en el florero

                        no determinaron la contrariedad ni el desarraigo

                        sino el hondo amor que colmaba mi pecho.

                        Angasara lucía devastada e infernal,

                        pero la observé con ternura y floreció

                        no se marchitó y tuve paz.

La Reina Roja gozaba de una proverbial envidia con la cual lograba disecar los grandes árboles de las aldeas y parques, su tacto emanaba una energía gris y pesada, los tocaba y morían, sus troncos eran vaciados hacia el subsuelo dejándolos huecos y a punto de caer. Angasara estaba siendo deforestada por la maldad de la Reina, disfrutaba de la ruina que dejaba a su paso, sin sentir remordimiento o pena, los habitantes caminaban para poder huir y tratar de empezar sus vidas en otras latitudes con lo poco que llevaban y no les robaban los guardias reales.

Alicia vivía dentro de una esfera blanca y luminosa que colgaba de una Secuoya de más de 500 metros de altura, las miradas se perdían al verlo, suponían los pobladores que había un pacto entre el infinito y el árbol gigante, sus ramas se expandían en una dimensión alterna y oblicua como intentado burlar el paso del tiempo. Alicia no envejecía y cuidaba a su hermana menor que era del tamaño de una perla, era reluciente, su masa corpórea se aglutinaba y descomponía en gotas. Tocaba el piano y la flauta dulce, dibujaba rostros con grafito, leía libros que iban desapareciendo en estantes extendidos hasta la luz  y el desdén de las horas.

Su tiempo no transcurría sino que se agotaba en contemplar sucesos inexistentes y flotar. Los relojes de arena se agitaban en espirales y no lograban  anunciar lo transcurrido. El oro que ganaba en las minas lo donaba a los más pobres y que aún estaban limitados a comer, Alicia se sustentaba de la fuerza del viento y del orden inverso de los elementos que se apostaban en el diámetro circular de su hogar.

Sus historias no tenían principio o fin, o una trama convencional, sus emociones eran las de una niña que no se correspondían con el territorio distópico donde le tocó vivir. Los minutos pasaban y la Reina Roja de Angasara seguía engordando, haciendo mofa de sus ciudadanos, sometiéndolos a torturas, bromas y desesperos. Era necesario tratar de sobrevivir en las calles largas e inhóspitas de Angasara o ser diestros en el arte de huir.

                        En Angasara huelo las gardenias,

                        acaricio la luz

                        y sueño en que nadie me hará daño,

                        flotaré como una especie vegetal

                        ingrávida y desconocida para los botánicos.

                        Escondida en la luz siendo luz,

                        dispersa en átomos que no se unen

                        para no convertirse en materia

                        sino en luz que huye y se dispersa

                        como florecitas sobre la hierba

                        como narices de niños que aspiran dulces fragancias.

                        Era inocente entre todas

                        y conservé el resplandor a pesar de los cruentos eventos.

                        La Reina Roja trata de atormentarme pero no puede,

                        he logrado ser yo y no distraerme.

En Angasara esperamos que el mar caiga a cuentagotas, que los leones no atrapen las liebres, que la luz deje de ser luz y se transforme en inalterable claridad; que la Reina Roja desaparezca para siempre por causales de la magia de Asir, por  presión de la justicia o por castigo a sus hechos. Todo parece estancado y que los acontecimientos no se reordenan para anunciar una época feliz, pero logro ver a Angasara en las líneas del tiempo y brillará.


Carmen Rosa Orozco.

De Bocetos para Alicia.

Fotografía de Anka Zhuravleva.

 

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