domingo, 27 de marzo de 2022





Si hablaras con Emily.

 

Si Emily Dickinson viviera

estaría dichosa por tener redes sociales

porque no tendría que salir de su casa,

su habitación sería el ombligo

de un mundo sin luces ni perfección,

subiría historias a su Instagram

de sus vestidos almidonados,

de sus plantas con sus nombres escritos en latín

en una cartulina color rosa pálido,

haría posts con frases de amor e indirectas a sus enamorados,

trataría de cambiar de peinado

y soltar su larga cabellera,

le gustaría interactuar un poco más,

asistir a recitales de poesía

y tertulias imaginarias con los elementos.

Se suscribiría a diversos canales de Youtube

para aprender manualidades

y decoración de interiores.

Apostaría por mil lunas en Marte

para no eclipsar su pensamiento,

iría en bicicleta a contemplar las montañas

y sería vegetariana,

eludiría a las editoriales famosas

y concentraría su escritura en los milagros cotidianos

que la asistieron en los días vividos en Amherst,

no dudaría en consumar las ansias por sus dos amores.

Pero he decidido no salir más,

las paredes de mi habitación me confortan

a escribir de forma desmesurada y sin afeites

pareciendo descuidada por no querer corregir,

de alguna manera intuí mi ceguera y el mal de Bright,

no es cómodo estar postrada en esta silla

recordando a quienes no se atrevieron a amarme

y tardaron años en no llegar

para no llegar;

la muerte de mi amado sobrino

ha terminado de sentenciar mis horas sobre esta tierra.

Escucho a los pájaros a través de mis manos y los recuerdos,

mi jardín muere de angustia,

los vecinos me ven como una entumecida sombra blanca

que camina por los pastos de mi casa.

He estado encerrada para no mirarme,

se empeñan en negar esa oscura enfermedad de mi mente

que hace rehuirlos a todos,

preferí el silencio

a brillar encima del escenario de las palabras,

cada quien es feliz a su manera

lo he sido entre los libros, la botánica, la escritura y mi familia;

es difícil precisar el día en que decidí no volver a mí.

Viví de forma escindida

sin un propósito para quienes me observaban

pero logré capturar el tiempo

y un estilo en decir lo que miraba

que no se repetiría por siglos

sino hasta después de mis días.

Las palabras fueron hechas para ser nombradas

por mí en ese entonces,

he sido una de las pocas

que comprendí la relación entre las voces y la luz.

Reposo bajo esta fosa de un blanco calcáreo y sin adornos,

dejé como secreto cuarenta cuadernos

que mi querida hermana Lavinia encontró

vigiló por su consistencia

tratando de desarmar mi desazón por ser leída y juzgada después de muerta,

guardó con decoro la memoria de mi virtud

y vida íntima

que no deben ser expuestas en un tablón para las dudas,

fui mujer y supe amar en silencio

por encima de las contrariedades.

Hoy soy  mencionada en una red

que arroja millones de búsquedas

las cuales podrían poblar un gran país,

soy considerada una de las mayores escritoras

de la literatura estadounidense

lo cual no logré descifrar

porque la reclusión y el anonimato

me sedujeron desde el parto de mi madre.

Ya no convalezco

ni deseo seguir rompiendo las reglas de mi idioma,

solo respiro de forma silenciosa mientras muero y agonizo,

logré descansar en paz después de todo,

pero Vinnie recordó esas palabras que dije

fueron premonitorias para todos:

No salgo de las tierras de mi padre;

no voy ya a ninguna otra casa,

ni me muevo del pueblo.

Moriré en mi habitación sin mirar el sol y sus puestas,

mis plantas serán inclasificables al igual que mis poemas,

la posteridad jugará con mi nombre

y entraré en ese lugar donde los muertos

serán siempre nombrados

a la orilla de la eternidad

y la violencia de las épocas.

Me llamo Emily Dickinson

y aún me atrevo a desafiar mi nombre.


                Carmen Rosa Orozco.

                De Bocetos para Alicia.

                Fotografía de Katerina Plotnikova.


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