domingo, 20 de noviembre de 2022





      Miro a la Dalia Negra fuera de la vitrina.

Mi nombre es Elizabeth Short, nací en Hyde Park el 29 de julio de 1924, no pude intuir mi desgraciado final, la realidad me perturbaba con sus bisturís ocres y sin ilusiones, pero yo persistía en ser una actriz aclamada de Hollywood; mi padre fingió su suicidio al abandonar su coche en un puente olvidado por el sol en octubre de 1930, había quedado arruinado, lo había perdido todo por La Gran Depresión, pasé diez años de mi vida acechada por los estragos de esa odiosa catástrofe económica; pero en pocas palabras nunca pude salir de la pobreza, mis dientes cariados, baja estatura y poco peso corporal me delataban como una pobre más, como una pobre blanca; pero mis sueños estallaban en el pecho y me llenaban de felicidad, de esa felicidad ficticia que poseen los sobrevivientes por cualquier cosa pequeña y sin importancia para los otros.

Si fuera escritora no me importaría el orden de los hechos ni los hilos conductores de una trama, mucho menos los incisos, ni el uso de los tiempos verbales o las conclusiones apresuradas; me importaría mi voz, lo que quiero decir o lo que sentí en vida o ahora que me llaman muerta. Fui víctima de un crimen atroz y banalizado por los medios de la época, he quedado apresada en el limbo de la vida no vivida y en la muerte no esperada, divago como muchos fantasmas volviendo minutos los siglos y convirtiendo en siglos los minutos; soy sombra de un hermoso rostro mutilado, aún maquillo con un labial rojo profundo mi sonrisa de Glasgow, esos labios rasgados de oreja a oreja, me miro en el espejo del vestíbulo del Hotel Cecil y salgo a encontrarme con la muerte, con esa que me partió en dos como si fuera un gran lomo de carne sin dolientes.

                        Me asomé al día con mi piel blanca sin saber que iba a pasar

                        era hermosa y pobre,

                        el viento y las aves sabían lo que iba a pasar,

                        mi novio muerto sabía lo que iba a pasar,

                        el sol lo sabía,

                        la noche lo presentía,

                        miraba la luz y se detenía,

                        mi madre se sobresaltó y sintió algo muy malo en su corazón

                        las premoniciones de una madre pueden ser confusas

                        pero nunca se equivocan.

                        Mi rostro palideció

                        y salí sin rumbo fijo,

                        esa noche no tenía donde dormir

                        ni dinero para pagar una habitación donde pernoctar.

                        El día antes conocí a Robert

deambulaba con mi maleta,

tal vez le dio pesar y me llevó a un motel,

no quería intimar con él ni con nadie,

el malestar estomacal asfixiaba mi atribulado espíritu.

Pinto flores de colores en mis manos,

me preparo para la muerte,

es una noche oscura y no está mi madre Phoebe,

las estrellas cuelgan mi nombre

en una marquesina brillante y sin dobleces,

soy famosa en mi mente

pero allá afuera

ningún cazatalentos pudo descubrirme

solo los flashes de los periodistas

sorprendidos por mi belleza sin una gota de sangre,

por mi cuerpo perfectamente lavado y asesinado.

He logrado ser famosa,

tengo siete días desaparecida

y 75 años estando muerta

despojada de mi cuerpo

y mis atributos.

Toco el aire y el sol con mis dedos,

mi tumba es translúcida,

sospechan de mi asesino

pero yo aún miro sus ojos bajo las nubes de Oakland.

Tengo 22 años y me han catalogado de promiscua, él envió al periódico Los Angeles Examiner la libreta de Mark Hansen, interrogaron a los 75 hombres de los cuales tenía sus nombres escritos allí, pero solo tres admitieron haber tenido relaciones sexuales conmigo, los otros alegaron que me rehusé a cualquier contacto íntimo. Salía con cualquier hombre por una cena en un restaurant lujoso, salía con ellos por comida porque tenía hambre. Mi mente divagaba en el cine, pero mi estómago crujía de hambre; lo poco que ganaba como camarera o de servicio doméstico o cualquier empleo eventual lo gastaba en ropa, tacones y maquillaje, siempre andaba preparada para ser descubierta y convertirme en una actriz famosa, pero nada de eso sucedió, la cruda realidad fue camuflajeada por mis delirios y anhelos desproporcionados, nací para ser famosa a la inversa, nací para estrellarme con mis aspiraciones, cerca están mis treinta años de edad y no he logrado nada, cómo iba a saber que mi horrendo asesinato me haría famosa, aún camino por las calles de Leimert Park para ser descubierta, pero nada sucedió nada sucede.

Tengo diecinueve años y me he ido a vivir a Vallejo en California con mi padre Cleo, ya entiendo porque mi mamá y mis cuatro hermanas nunca lo quisieron perdonar, me ha convertido en su sirvienta y me maltrata, como siempre maquillo la tortuosa realidad y la confundo con la ficción, trato de buscar la esperanza donde no se puede encontrar, es difícil aceptarlo pero mi padre me ha echado de su casa, me ha dado cien dólares para que me vaya, doblemente abandonada por él, pero estoy cerca de mi sueño de ser actriz.

Matthew y Gordon son los únicos hombres que me amaron en realidad, o eso creo yo, pero en mi corta vida pude conocer el amor. Matthew Gordon desde la India me escribió una carta en la cual me propuso matrimonio y le dije que sí, así su familia lo niegue después de mi muerte. Gordon Fickling se cansó de mis flirteos e inestabilidad afectiva, pero aún nos escribimos cartas, él se ha ido a Carolina del Norte, hoy es 8 de enero de 1947 y le cuento que me quiero ir a Chicago a trabajar como modelo.

                        Floto sobre nardos blancos,

                        ajusto la correa de mi estrecho vestido negro,

                        acicalo las ondas de mi pelo

                        muy negro y liso,

                        ondulado en partes,

                        él pintó mi cabello de color negro azabache

                        antes de poner mis brazos en ángulos rectos

                        como queriendo encapsular lo que soy y no soy.

                        Soy lo que no logré,

                        lo que quise ser y no pude,

                        mis comisuras desgarradas delatan en lo que me has convertido,

                        un cadáver maltrecho

y partido en dos con milimétrica precisión,

                        no tenía que comer y me obligas a ingerir mis excrementos,

                        no logré parir pero mi vagina la has tapiado

                        con un feto de piel muerta

                        del muslo de mi pierna izquierda,

                        con un bate donde no hay floraciones ni inviernos

                        quebraste mi cabeza y piernas;

                        todo por decirte no,

                        por no querer casarme contigo;

                        dolorosa fue la exactitud de tus dedos

                        sobre mi anatomía disuelta;

                        tu destreza en los abortos clandestinos

                        el rigor de tus conocimientos médicos

                        lograron dividirme en dos.

                        Siempre esa dicotomía:

                        la realidad y la ficción,

                        la que soy y sueño ser;

                        pero tú lo lograste,

me partiste en dos.

Es 15 de enero de 1947 y he aparecido en un terreno solitario en Los Ángeles. He logrado que me miren como a un maniquí fuera de la vitrina: con asombro y cierta tristeza. Me recuerdan, claro que me recuerdan. Deseo ser una actriz famosa y no deambular más.


Carmen Rosa Orozco.

Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.

Fotografía de Laura Makabresku.







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