Miro a
la Dalia Negra fuera de la vitrina.
Mi nombre es Elizabeth
Short, nací en Hyde Park el 29 de julio de 1924, no pude intuir mi desgraciado final, la realidad
me perturbaba con sus bisturís ocres y sin ilusiones, pero yo persistía en ser
una actriz aclamada de Hollywood; mi padre fingió su suicidio al abandonar su
coche en un puente olvidado por el sol en octubre de 1930, había quedado
arruinado, lo había perdido todo por La Gran Depresión, pasé diez años de mi
vida acechada por los estragos de esa odiosa catástrofe económica; pero en
pocas palabras nunca pude salir de la pobreza, mis dientes cariados, baja
estatura y poco peso corporal me delataban como una pobre más, como una pobre blanca;
pero mis sueños estallaban en el pecho y me llenaban de felicidad, de esa
felicidad ficticia que poseen los sobrevivientes por cualquier cosa pequeña y
sin importancia para los otros.
Si fuera escritora no me importaría el orden de los
hechos ni los hilos conductores de una trama, mucho menos los incisos, ni el
uso de los tiempos verbales o las conclusiones apresuradas; me importaría mi
voz, lo que quiero decir o lo que sentí en vida o ahora que me llaman muerta. Fui
víctima de un crimen atroz y banalizado por los medios de la época, he quedado
apresada en el limbo de la vida no vivida y en la muerte no esperada, divago
como muchos fantasmas volviendo minutos los siglos y convirtiendo en siglos los
minutos; soy sombra de un hermoso rostro mutilado, aún maquillo con un labial
rojo profundo mi sonrisa de Glasgow, esos labios rasgados de oreja a oreja, me miro en
el espejo del vestíbulo del Hotel Cecil y salgo a encontrarme con la muerte,
con esa que me partió en dos como si fuera un gran lomo de carne sin dolientes.
Me asomé al día con mi
piel blanca sin saber que iba a pasar
era
hermosa y pobre,
el
viento y las aves sabían lo que iba a pasar,
mi
novio muerto sabía lo que iba a pasar,
el
sol lo sabía,
la
noche lo presentía,
miraba
la luz y se detenía,
mi
madre se sobresaltó y sintió algo muy malo en su corazón
las
premoniciones de una madre pueden ser confusas
pero
nunca se equivocan.
Mi
rostro palideció
y
salí sin rumbo fijo,
esa
noche no tenía donde dormir
ni
dinero para pagar una habitación donde pernoctar.
El
día antes conocí a Robert
deambulaba
con mi maleta,
tal vez le
dio pesar y me llevó a un motel,
no quería
intimar con él ni con nadie,
el malestar
estomacal asfixiaba mi atribulado espíritu.
Pinto flores
de colores en mis manos,
me preparo
para la muerte,
es una noche
oscura y no está mi madre Phoebe,
las estrellas
cuelgan mi nombre
en una
marquesina brillante y sin dobleces,
soy famosa en
mi mente
pero allá
afuera
ningún
cazatalentos pudo descubrirme
solo los
flashes de los periodistas
sorprendidos
por mi belleza sin una gota de sangre,
por mi cuerpo
perfectamente lavado y asesinado.
He logrado
ser famosa,
tengo siete
días desaparecida
y 75 años
estando muerta
despojada de
mi cuerpo
y mis
atributos.
Toco el aire
y el sol con mis dedos,
mi tumba es
translúcida,
sospechan de
mi asesino
pero yo aún
miro sus ojos bajo las nubes de Oakland.
Tengo 22 años y me han catalogado de promiscua, él
envió al periódico Los Angeles Examiner la libreta de Mark Hansen, interrogaron
a los 75 hombres de los cuales tenía sus nombres escritos allí, pero solo tres
admitieron haber tenido relaciones sexuales conmigo, los otros alegaron que me
rehusé a cualquier contacto íntimo. Salía con cualquier hombre por una cena en
un restaurant lujoso, salía con ellos por comida porque tenía hambre. Mi mente
divagaba en el cine, pero mi estómago crujía de hambre; lo poco que ganaba como
camarera o de servicio doméstico o cualquier empleo eventual lo gastaba en
ropa, tacones y maquillaje, siempre andaba preparada para ser descubierta y convertirme
en una actriz famosa, pero nada de eso sucedió, la cruda realidad fue
camuflajeada por mis delirios y anhelos desproporcionados, nací para ser famosa
a la inversa, nací para estrellarme con mis aspiraciones, cerca están mis
treinta años de edad y no he logrado nada, cómo iba a saber que mi horrendo
asesinato me haría famosa, aún camino por las calles de Leimert Park para ser descubierta, pero nada sucedió nada
sucede.
Tengo diecinueve años y me he ido a vivir a Vallejo en California con mi padre
Cleo, ya entiendo porque mi mamá y mis cuatro hermanas nunca lo quisieron
perdonar, me ha convertido en su sirvienta y me maltrata, como siempre maquillo
la tortuosa realidad y la confundo con la ficción, trato de buscar la esperanza
donde no se puede encontrar, es difícil aceptarlo pero mi padre me ha echado de
su casa, me ha dado cien dólares para que me vaya, doblemente abandonada por él,
pero estoy cerca de mi sueño de ser actriz.
Matthew y Gordon son los únicos hombres que me
amaron en realidad, o eso creo yo, pero en mi corta vida pude conocer el amor.
Matthew Gordon desde la India me escribió una carta en la cual me propuso
matrimonio y le dije que sí, así su familia lo niegue después de mi muerte.
Gordon Fickling se cansó de mis flirteos e inestabilidad afectiva, pero aún nos
escribimos cartas, él se ha ido a Carolina del Norte, hoy es 8 de enero de 1947
y le cuento que me quiero ir a Chicago a trabajar como modelo.
Floto
sobre nardos blancos,
ajusto
la correa de mi estrecho vestido negro,
acicalo las ondas de mi pelo
muy
negro y liso,
ondulado
en partes,
él
pintó mi cabello de color negro azabache
antes
de poner mis brazos en ángulos rectos
como
queriendo encapsular lo que soy y no soy.
Soy
lo que no logré,
lo
que quise ser y no pude,
mis
comisuras desgarradas delatan en lo que me has convertido,
un
cadáver maltrecho
y partido en
dos con milimétrica precisión,
no
tenía que comer y me obligas a ingerir mis excrementos,
no
logré parir pero mi vagina la has tapiado
con
un feto de piel muerta
del
muslo de mi pierna izquierda,
con
un bate donde no hay floraciones ni inviernos
quebraste
mi cabeza y piernas;
todo
por decirte no,
por
no querer casarme contigo;
dolorosa
fue la exactitud de tus dedos
sobre
mi anatomía disuelta;
tu
destreza en los abortos clandestinos
el
rigor de tus conocimientos médicos
lograron
dividirme en dos.
Siempre
esa dicotomía:
la
realidad y la ficción,
la
que soy y sueño ser;
pero
tú lo lograste,
me partiste
en dos.
Es
15 de enero de 1947 y he aparecido en un terreno solitario en Los Ángeles. He
logrado que me miren como a un maniquí fuera de la vitrina: con asombro y
cierta tristeza. Me recuerdan, claro que me recuerdan. Deseo ser una actriz
famosa y no deambular más.
Carmen Rosa Orozco.
Del híbrido: Los 20 retratos de Sofía en la pared.
Fotografía de Laura Makabresku.
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