jueves, 7 de octubre de 2021

 

Día 21 Un torbellino turquesa en las paredes.

Las cortinas raídas y mugrientas en las ventanas de enfrente a la casa de la abuela Sofía se mecen al compás de los apagones eléctricos. El conejo blanco de Alicia ha penetrado en mi alcoba, se hunde en los agujeros negros venidos de tazas de café sin disolver, de dimensiones sumergidas en el picaporte, huye y regresa a través de las paredes blancas, un torbellino turquesa lo lanza a mi cama, se introduce en el colchón, podría ser mítica su figura como la de Carroll, no puedo dormir, las pastillas para dormir se las ha bebido el gato amarillo que se come mis uñas; las palabras cayo y callo no obran en un contexto determinado, sino en mi imposibilidad idiomática, flotan en el ordenador, se adentran en una borrasca blanca, me desarreglan y agreden mi cuidada ortografía o significados interconexos entre callos que fracturan pies y cayos de asfalto parecidos a islotes de cuero humano pegados a la historia infeliz de los que se van caminando, ondulan esas dos palabras y no las interrogo, veo la pantalla y el cerebro embotado por los trasnochos, la incapacidad para dormir detienen esas dos palabras. Debo picar el repollo tan fino que no me sorprenda, rallar la zanahoria, que su color anaranjado pinte mis cejas amontonadas, la cebolla muy pequeña y sin olor, el cilantro en proporciones ligeras; la salchicha sobresale, las papas fritas abundan, el queso blanco y espeso; todo saturado de salsas traídas a remolque de viento por las trochas, devoro tres perros calientes o hot dogs como dirían los gringos en el ampuloso Norte. Olvido donde he dejado las llaves, los lentes de sol, mis argollas aretes preferidas. Los niños se reían muy bajo de mi diario conjuro en invertir el orden lógico  del encabezado escolar: cambiar enero por junio, el año 2013 por 2073, el nombre de las ciudades; la delgada maestra rompía con inusitada constancia los hilos del tiempo, era fácil transgredirlo en la pizarra acrílica, la borradora podía esfumar su marcado entusiasmo en evadirse y solapar el paso de las horas en los ojales de su blusa rosada y los pasadizos secretos de sus distracciones, su perturbación continuada en pensar que no existía. Salí de la papelería Los Maracuchos, no encontré el hermoso y aerodinámico carro azul marino, veía a lo largo la calle 5, dudaba si salí en el auto y se humedecieron mis ojos al pensar que lo habían hurtado, pero vi las filigranas de sol balancearse en el cuerpo invadido de flechas de San Sebastián, recordé en aquel momento la curaduría que hice sobre la exposición de este Santo para el Museo Diocesano del Táchira y reconozco que amo desde niña la vida de los Santos, aunque a veces mi cordura se estremece como un vaso desechable que rueda por la acera, el Santo asaetado me mostró un cartel que decía Perfumería Central, lo había estacionado en la calle cuatro. Dios está hecho para gente minúscula y abatida como yo, para seres estrambóticos e innecesarios, para personas con una autoestima atomizada por estrellas y que se creen un sol, un pequeño sol, como yo; Dios está hecho para gente que lo necesita, con fe intermitente y ahí me apunté, pensar que esa entidad tan singular me amaba, iluminaba mis días, no me importaba que los progres, la generación x, milénica o centúrica, poderosos e intelectuales no creyeran en él, era una no loca que lo amaba. Ella superó con la fuerza de su voluntad la silenciada locura que arrastraba como herencia familiar. Me detengo en el semáforo y la luz verde  indica que siga conduciendo, pero de nuevo, las dendritas mentales se escurren y paralizan el orden lineal de las acciones sencillas, me quedaba suspendida mirando la luz, la claridad, los niños pidiendo limosna, el tragador de combustible que incendiaba mis pestañas y besaba los pesos que caían de mis manos, los lanzaba al aire como ofrendas, como la disoluta continuidad de nuestras maltrechas vidas, tocaban cornetas para que continuara, aceleré y rotulé mis pulsaciones en la muñeca izquierda con saliva y rezos. Poco le llegó a importar si hay escasos lectores o si los libros son retirados, ella siempre tenía el oculto temor que las cosas iban a desaparecer por completo, reordenándose en un espacio de no cosas donde flotaban en su ya no existir, como una memoria supra mental salpicada de polvo cósmico, allí, ella podría ser disipada, su espíritu aniquilado en la no consciencia, donde sus recuerdos involucionaran cerrándose como un anillo negro que anulara su apariencia terrenal, desaparecida, micro orgánica, ciberespacial, subatómica, fragmentada, partida, sin presencia divisible en quarks y neutrinos de antimateria, sin masa corporal ni sustancia anímica invisible; la única hebra que no se rompía era el amor por su hija, eso la salvó de ser desintegrada como materia universal de un cosmos degradado y pastoso; flotó de forma ingrávida y eterna por ella, un amor que no la dejó desvanecerse en los agujeros negros del no vivir, la amada Camila fue ruido perfecto y radiante.

                        Navegas en un cementerio oxidado de hombres

                        las distancias milimétricas entre los sexos

                        fueron medidas con un compás acordonado en su cuello.

                        Un medio círculo marcó todos tus besos.

                        Algo que me decías al oído

                        con la rabia de un gitano mal encarado

                        me hizo disentir de tus decisiones.

                        Stephen Hawking y Roger Penrose,

                        abarcan una habitación cóncava

                        donde los espejos asincrónicos crean la línea definitoria

                        entre el espacio y el tiempo,

                        concentrando la luz después del Big Bang,

                        es 1969,

                        aún no he nacido,

                        leo los diálogos en la galaxia de Andrómeda,

                        me hago diestra en el ejercicio espiritual

                        de leer en forma vertical en segundos

                        acaparando páginas de libros

                        e informaciones minuciosas que no interesan.

Es 1974,

todavía

no he (no nacido):

La intensidad de la gravedad de los agujeros negros es tan grande,

que nada puede escapar de ellos, ni siquiera la luz.

Fui desde entonces una estrella caída sobre mi peso

juntada a otras estrellas derribadas,

borrando las líneas de los siglos

junto a las estrellas derribadas por mi peso

convirtiendo en amasijo negro las dudas,

formamos parte de lo negro y perturbador,

los agujeros negros no son completamente negros.

Leo de forma vertical y no existo,

evado la luz a fuerza de costumbre,

olvidé el aroma de su costoso perfume,

leo poesía actual pero no puedo concluir,

cuento el tintineo de la luz

que cae en el porcelanato blanco de la sala

aglutinándose en una masa finita de sucesos con mi estupor,

dudo del rigor de los datos acumulados en el silencio,

hablo poco,

amo el viento y el sol que acarician mi rostro.

Cualquier cosa que atraviese el horizonte de sucesos

de un agujero negro se destruye para siempre.

Destruida antes del nacimiento,

las costillas rotas como mezcla viscosa de huesos,

buscando el resplandor en el espejo,

venas rotas y arterias colgando,

miradas perforadas de ecos,

adorando el lujo y la precariedad a la vez.

No podemos reconstruir un objeto que ha caído en un agujero negro.

Su mirada bloqueó mi destello,

brillé,

siempre brillé.

Nada podrá dirigir mi luz emitida a cuentagotas,

cae,

cae,

vuelve a caer,

convertida en un pozo de luz,

un hondo pozo de luz donde me pierdo en la oscuridad.

Te amo de forma incondicional y con desmesura.

Cada partícula que abandona un agujero negro

también debe estar entrelazada con cada una de las partículas

que han escapado anteriormente.

Vine para encontrarte,

te amo antes de mí,

antes de ser nombrada

o recreada en un lienzo prerrafaelista

como la Ofelia de John Everett Millais en 1852,

al contrario de ella,

caí de un árbol

pero no hallé la muerte,

morí ahogada en un pozo de luz.

Dices sentir atracción por el drama y la tragedia

de manera malsana y autodestructiva,

como el fin de María Callas

muerta en su apartment at 36 Avenue Georges Mandel, Paris,

es 1977,

abandonada por Onassis

que regresó después de no ser correspondido por Jackie.

Madama Butterfly en Nagasaki,

es 1890,

Pinkerton no te ama,

un cuchillo drena los agujeros del tiempo.

Es 2020,

año asediado por la peste china,

me has dejado con estudiada crueldad

esa que no tiene escenarios,

elaboro una colección de bisutería que será exhibida

en vitrinas blancas con vidrios refractantes

que reposan en el balcón,

Ciudad de las Palmeras.

Si tu ne m'aime pas, je t'aime

Si je t'aime, prend garde à toi!

Habanera (Ópera Carmen),

es 1875,

Bizet muere muy joven

y ella ha sido asesinada por celos.


Del poemario: Los días asincrónicos de Tina.

Carmen Rosa Orozco.


Fotografía de Irina Dzhul.


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