Voy vestida de Novia
con un
traje blanco y muy largo,
con el
cual me enredo,
mi
embarazo no se nota
es una
nuez en mi vientre,
los
ríos confluyen muy transparentes.
Virginia
y Grecia lavan las piedras,
no
cuento con una caída en picada,
es
denso el consentimiento de mi compañero,
una
bruja vestida de negro volando en su escoba
asusta
a los invitados a la boda,
se
resguardan sobre la casa
que se
desmorona en la cumbre.
Lo que no vi callé, lo que admiré
lo convertí en el oscuro testamento de mis días.
Ahora mis huesos son cal para las aves de los campos.
Regué luego
las flores
que
adornaron las mesas
y
lancé mi bouquet
a una
vieja solterona y desprejuiciada
que
besó mil bocas suicidas
y
sucumbió ante cuerpos
olorosos
a almizcle y aguardiente,
mi
boda fue una mañana azul
donde
el viento no soplaba sino se enardecía
iba
como una muerta,
pálida
y sin ninguna expresión,
el
tiempo rebotó
junto a
las ballenas venidas de un mar alterno,
ahogué
mis ecos,
saturé
mis pesadillas de rosas y dinero,
pasé
por el dintel de su puerta
y crecí
como levadura hasta el cielo,
miré
tu rostro en mi desmemoria
y no
supe más de Valmore en mis sueños,
ni de
los fantasmas que me aterran
en las
mazmorras viscosas
de los
vasos curtidos por el tiempo.
Pero he soñado Dylan Thomas, he soñado
con la sal de las apariciones
y la fecunda caída del tiempo entre mis manos.
Miro
al novio y culmina mi boda.
Del poemario: El país de Amanda.
Carmen Rosa Orozco.
Fotografía de Katerina Plotnikova.
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