viernes, 11 de marzo de 2022

 



Entre Inés y Carlos:

 

Escaparon las noches

el viento me dio la espalda

allí apareció Carlos de nuevo,

antes de besarme y engañarme como de costumbre.

Me dijo:

Desquiciada, moribunda.

Tu vocabulario es incorrecto y desmedido. 

Tus pezones flotando en mi piel. 

Tu aliento fresco y ponzoñoso a la vez. 

Tu frente donde vuelo como gaviota 

y despierto en cualquier amanecer. 

Tu cuerpo lánguido y generoso. 

Dame el fragor de tus manos, déjame ir, 

no pertenezco al ocaso ni al albor, 

ni a tus desvaríos, 

ni siquiera a Dios.

Es simple tu deseo,

como el tartamudeo de un ciego

o el ciprés vuelto volcán

por las cenizas que yo le arrastré a sus fauces.

Déjame ir,

porque tu amor me colma y desvanece,

dame de tu boca la cobardía y la ventura,

tus sudorosos besos, la brizna de tu saliva,

el ahuyentar de tus gritos histéricos.

Tu desparramada humildad 

transformada en violencia.

Te vuelves asesina

y te sientes asediada

al pisar las amapolas gigantes que giran en tus ojos

como en un complot demencial.

Paranoica, fortuita y desgraciada a la vez,

no te persiguen,

gritas,

rechinas;

tus ojos desorbitados,

atribulados pasos

y morado abdomen de praderas.

Yo soy el viento,

beso tus mejillas,

hago caer las pestañas

sobre tus ojos cerrándolos al cielo,

soy el vigilado por tu locura

 y tus blandos besos llamados pájaros que rondan

 el agua turbia donde los pordioseros van a bañarse,

 dame tu mano,

 el encanto que perdiste,

 la palabra decorosa que te abandonó.

 Por qué has cambiado tanto,

 no eres quien sueña con ser montaña

 y bordes azules de nubes tardías,

 después de la lluvia te busqué,

 batí hasta el estremecimiento los cerros,

 destruí el araguaney de tu acera,

 las gardenias escondidas en tu balcón las incineré,

 humedecí las violetas

 hasta dejarlas en estado de putrefacción;

 y tú,

 sigues indolente, agresiva,

 dispuesta a morir 

 por cualquier circunstancia estúpida.

 Yo que te hice mía,

 por qué te vuelves madeja y estiércol,

 si te sembré sombras en el vientre,

 si vislumbré los nuevos sonidos,

 los meteoros

 y las hiedras en tus venas.

 Te haré reposar como antes,

 tan calma y prudente,

 como una palabra silenciosa.

 

 Inés le respondió:

 Estoy en extremo

 melodiosa y perturbada,

 quiero descansar en el rincón más solitario,

 volver a sentir  paz y cordura como antes.

 Mentí a las plantas y personas,

 a los elementos y animales,

 me llamé poesía;

 nombré el mar y vino a mi casa,

 inundó las paredes y techos,

 las cajas llenas de recuerdos,

 no respetó mi desmemoria

 y aconteció el agua sin viento,

 destruyó mis papeles

 y me liberó para siempre de las palabras,

 mis callos se petrificaron al caminar en tu busca.

 Quedé íngrima y me volví misteriosa

 como las uñas terrosas de los muertos,

 mi presencia era un ánima en pena,

 mis alaridos desmoronaban

 a los habitantes cercanos a esta fosa

 donde tú me tapiaste por error y para mi tristeza.

 Solo quise tus besos,

 esas caricias que se dan a quien se quiere,

 pero cómo puedo corresponderte

 en esta desazón demoníaca,

 donde el azufre, azafrán y rosas

 se funden para mí,

 donde colman mi sien

 para no decirte que mi frente

 fue perforada por un disparo

 que marcó la diferencia

 con los ríos, la miel

 y las colmenas que fueron apuñaladas

 en la noche después de mi parto.

 Por qué me llamas loca,

 si todo navega por redes invisibles

 donde el ahogo se suspende.

 Beso tu mentón,

 desesperada y perdida,

 por qué me esquivas como a una indeseable,

 si todo conspira en mi contra.

 No hay tulipanes, ni mariposas,

 sino mis manos rompiendo las tardes

 donde te besé con ansias,

 reconstruyendo incesantemente

 ese hotel barato al lado de un prostíbulo,

 cuando me quisiste lanzar por la azotea,

 y tu brazo nombrado lujuria, demora y licor

 pudo atajarme,

 me hiciste el amor escupiendo

 y golpeando mi rostro,

 me llenaste de regalos y llamadas a medianoche.

 Persigo tu rastro en galerías,

 en esas que has despedazado a tu paso

 como aquel rostro adolorido y negro de Soutine

 o esas piedras mohosas en Japón

 que Isamu Noguchi tanto acarició

 o ese pote de basura

 que aventó Camille a Rodin

 y el cual detuviste en su frente para no mancharlo

 con un falso ardid de tu mano izquierda.

 Dame tu mano como antes

 con aquella brevedad acostumbrada

 y que me quitaste pronto.

 No puedo amarte más,

 me oxidas con tu roce,

 fragmentándome en partes sin un todo.

Te llamé viento, eres viento,

viniste a mi ventana para besarme

y dejarme llena de pesar.

           

Carlos gritó a Inés:

No te acosé,  

solo te busqué para dejarte,

si me atrapan en las jaulas desaparezco

y los animales vendrán a ver mis ecos,

a decirme impostor, desahuciado.

Pero preferí amarte a mi manera,

llenarte de astromelias entre tus piernas

y postrarte ante mí como una virgen.

 

Inés le contesta a Carlos:

Difusa y un tanto obsesiva

me he vuelto

oliendo el aroma de tus pañuelos

para tenerte en mi olfato como sombra y compañía,

estuches y estepas fueron tus obsequios;

los ruidos se tornaron sórdidos, leves, mortuorios,

y el orín se volvió amargo en mi lengua

cada vez que no estabas;

cavé huecos

a la sombra de naranjos, edificios y tormentas,

traté de atraparte,

de volverte silencio, ruido, desmesura, vehemencia,

lo que fuera,

y conseguí tu cólera;

frustrantes fueron mis deseos y halagos.

Cómo te quise y te busqué

para al final de cuentas no encontrarte.

Sentí tu humillación en las puertas de cementerios,

antiguas iglesias

y viejos ateneos

donde Artemisa y Venus

no posaron sus flechas, sus nalgas,

ni la hermosura, ni la nada.

 

 Él se lamentó:

 Te tuve tan poco, fue poco, para qué mentirme.

           

                                Carmen Rosa Orozco.

                            De Oriana y otros apuntes.

                            Texto escrito a los 21 años de edad.

                            Fotografía de Oleg Oprisco.

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