Todos duermen
preguntan
por sus santos
aquellos
que anteceden a la suerte o a los milagros,
pero
nerviosa
y ofuscada
como
poseída por un demonio infernal
busqué
en los huecos oclusos de la memoria,
de
las dispares tardes
donde
los difuntos ven mis manos:
aruñando
rasgando
el
musgo de las aceras,
los
tendidos eléctricos,
el
paso de las aves.
Mi
voluptuoso cuerpo llamado carmín
y
grasa revuelta
espinillas
merodeando el rostro
convaleciente
ya
por
el dolor de mi vientre
y el
rojo tránsito
que
se desparrama de mis vellos,
la
vulva hiriente
y
sedienta de hombres
o de
un simple orgasmo involuntario,
pero
ya no frecuento el placer
sino
el desespero y el agobio
como
en una nota estridente
de
la Rosamunda de Shubert
o la
Reina asesina de un marido vil
en un
siglo perdido de los longobardos;
debo
terminar el afeite
o la
conclusión que ha hecho falta
en
este extraño universo
que
se ha convertido mi mente
sino
canto a la dulzura del amor
o a
lo hermoso que rueda como brillos,
entonces
cantaré
a
este descalabro sin sentido
donde
el sentimiento adormece
y
pretende no nombrarse más.
Carmen Rosa Orozco.
De Oriana y otros apuntes.
Pintura de Helen Frankenthaler.
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