Luz celeste
custodiada
por
un
albino
cuneiforme
tan pequeñito
que
sus dientes
alumbran
mis
dedos.
Corre
despacio,
abre
la alacena,
mírala
escuchar la radio,
sintonizar
la emisora colombiana,
menear
los espaguetis
y
decir es vasta la tarde.
Se
me han secado
los
labios
y la
bata azul,
se corroen
los retratos,
se
desgarran entre sombras.
La bata azul
y los gatos pardos bebiendo
la leche.
Llega
la leña de contrabando,
el
queso suave y magro.
La
mantequilla escurre por sus brazos.
Los
niños aún corren por la calle.
Buscándolo,
acariciando
sus dedos
y el
febril deseo de ser libres,
de
no atascarse en las cerraduras.
Sofía
ha partido
y
Remo es indolente,
se ha
marchado al Sur con su hija,
fugitiva
y desventurada,
ella
es vieja como la cal enmugrecida
y
petrificada en los huecos
de esa casa rota.
Remo
ha olvidado a Sofía,
ingratos
fueron sus besos.
Con
una correa negra
surcaba
su espalda y sus piernas,
el vientre hinchado por
tantos hijos.
Remo
ha pateado a Sofía en su abdomen,
este
sangra
se desmiembra,
los
chorros son
azules
morados rojos.
Sofía
ha malparido una bestia negra
como
el sol verde del infierno,
sin
dientes ni ojos,
sordo
violento,
con
saliva profusa,
es
prominente el desarrollo de la bestia.
Sofía
ha dejado a Remo.
Remo
no recuerda a Sofía,
la lloró
solo un momento en su tumba,
sus
lágrimas eran diminutas
se esfumaron
con el viento,
se
dilataron en sus poros.
Remo
y Sofía:
una
anti historia de amor.
Carmen Rosa Orozco.
De Sylvia y los gatos.
Dibujo de Paula Bonet.
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