Día 21 Un torbellino turquesa en
las paredes.
Las
cortinas raídas y mugrientas en las ventanas de enfrente a la casa de la abuela
Sofía se mecen al compás de los apagones eléctricos. El conejo blanco de Alicia
ha penetrado en mi alcoba, se hunde en los agujeros negros venidos de tazas de
café sin disolver, de dimensiones sumergidas en el picaporte, huye y regresa a
través de las paredes blancas, un torbellino turquesa lo lanza a mi cama, se
introduce en el colchón, podría ser mítica su figura como la de Carroll, no puedo
dormir, las pastillas para dormir se las ha bebido el gato amarillo que se come
mis uñas; las palabras cayo y callo no obran en un contexto determinado, sino
en mi imposibilidad idiomática, flotan en el ordenador, se adentran en una
borrasca blanca, me desarreglan y agreden mi cuidada ortografía o significados
interconexos entre callos que fracturan pies y cayos de asfalto parecidos a
islotes de cuero humano pegados a la historia infeliz de los que se van
caminando, ondulan esas dos palabras y no las interrogo, veo la pantalla y el
cerebro embotado por los trasnochos, la incapacidad para dormir detienen esas
dos palabras. Debo picar el repollo tan fino que no me sorprenda, rallar la
zanahoria, que su color anaranjado pinte mis cejas amontonadas, la cebolla muy pequeña
y sin olor, el cilantro en proporciones ligeras; la salchicha sobresale, las
papas fritas abundan, el queso blanco y espeso; todo saturado de salsas traídas
a remolque de viento por las trochas, devoro tres perros calientes o hot dogs
como dirían los gringos en el ampuloso Norte. Olvido donde he dejado las
llaves, los lentes de sol, mis argollas aretes preferidas. Los niños se reían
muy bajo de mi diario conjuro en invertir el orden lógico del encabezado escolar: cambiar enero por
junio, el año 2013 por 2073, el nombre de las ciudades; la delgada maestra rompía
con inusitada constancia los hilos del tiempo, era fácil transgredirlo en la
pizarra acrílica, la borradora podía esfumar su marcado entusiasmo en evadirse y
solapar el paso de las horas en los ojales de su blusa rosada y los pasadizos
secretos de sus distracciones, su perturbación continuada en pensar que no
existía. Salí de la papelería Los Maracuchos, no encontré el hermoso y
aerodinámico carro azul marino, veía a lo largo la calle 5, dudaba si salí en
el auto y se humedecieron mis ojos al pensar que lo habían hurtado, pero vi las
filigranas de sol balancearse en el cuerpo invadido de flechas de San
Sebastián, recordé en aquel momento la curaduría que hice sobre la exposición
de este Santo para el Museo Diocesano del Táchira y reconozco que amo desde
niña la vida de los Santos, aunque a veces mi cordura se estremece como un vaso
desechable que rueda por la acera, el Santo asaetado me mostró un cartel que
decía Perfumería Central, lo había estacionado en la calle cuatro. Dios está
hecho para gente minúscula y abatida como yo, para seres estrambóticos e
innecesarios, para personas con una autoestima atomizada por estrellas y que se
creen un sol, un pequeño sol, como yo; Dios está hecho para gente que lo
necesita, con fe intermitente y ahí me apunté, pensar que esa entidad tan
singular me amaba, iluminaba mis días, no me importaba que los progres, la
generación x, milénica o centúrica, poderosos e intelectuales no creyeran en
él, era una no loca que lo amaba. Ella superó con la fuerza de su voluntad la
silenciada locura que arrastraba como herencia familiar. Me detengo en el
semáforo y la luz verde indica que siga
conduciendo, pero de nuevo, las dendritas mentales se escurren y paralizan el
orden lineal de las acciones sencillas, me quedaba suspendida mirando la luz,
la claridad, los niños pidiendo limosna, el tragador de combustible que
incendiaba mis pestañas y besaba los pesos que caían de mis manos, los lanzaba
al aire como ofrendas, como la disoluta continuidad de nuestras maltrechas
vidas, tocaban cornetas para que continuara, aceleré y rotulé mis pulsaciones
en la muñeca izquierda con saliva y rezos. Poco le llegó a importar si hay
escasos lectores o si los libros son retirados, ella siempre tenía el oculto
temor que las cosas iban a desaparecer por completo, reordenándose en un
espacio de no cosas donde flotaban en su ya no existir, como una memoria supra
mental salpicada de polvo cósmico, allí, ella podría ser disipada, su espíritu
aniquilado en la no consciencia, donde sus recuerdos involucionaran cerrándose
como un anillo negro que anulara su apariencia terrenal, desaparecida, micro orgánica,
ciberespacial, subatómica, fragmentada, partida, sin presencia divisible en
quarks y neutrinos de antimateria, sin masa corporal ni sustancia anímica
invisible; la única hebra que no se rompía era el amor por su hija, eso la
salvó de ser desintegrada como materia universal de un cosmos degradado y
pastoso; flotó de forma ingrávida y eterna por ella, un amor que no la dejó
desvanecerse en los agujeros negros del no vivir, la amada Camila fue ruido
perfecto y radiante.
Navegas en un cementerio
oxidado de hombres
las distancias milimétricas
entre los sexos
fueron medidas con un
compás acordonado en su cuello.
Un medio círculo marcó
todos tus besos.
Algo que me decías al
oído
con la rabia de un
gitano mal encarado
me hizo disentir de tus
decisiones.
Stephen Hawking y Roger Penrose,
abarcan
una habitación cóncava
donde los espejos
asincrónicos crean la línea definitoria
entre el espacio y el
tiempo,
concentrando la luz
después del Big Bang,
es 1969,
aún no he nacido,
leo los diálogos en la
galaxia de Andrómeda,
me hago diestra en el
ejercicio espiritual
de leer en forma
vertical en segundos
acaparando páginas de
libros
e informaciones
minuciosas que no interesan.
Es 1974,
todavía
no he (no nacido):
La
intensidad de la gravedad de los agujeros negros es tan grande,
que
nada puede escapar de ellos, ni siquiera la luz.
Fui desde entonces una estrella caída
sobre mi peso
juntada a otras estrellas derribadas,
borrando las líneas de los siglos
junto a las estrellas derribadas por mi
peso
convirtiendo en amasijo negro las dudas,
formamos parte de lo negro y perturbador,
los
agujeros negros no son completamente negros.
Leo de forma vertical y no existo,
evado la luz a fuerza de costumbre,
olvidé el aroma de su costoso perfume,
leo poesía actual pero no puedo concluir,
cuento el tintineo de la luz
que cae en el porcelanato blanco de la
sala
aglutinándose en una masa finita de
sucesos con mi estupor,
dudo del rigor de los datos acumulados
en el silencio,
hablo poco,
amo el viento y el sol que acarician mi
rostro.
Cualquier
cosa que atraviese el horizonte de sucesos
de
un agujero negro se destruye para siempre.
Destruida antes del nacimiento,
las costillas rotas como mezcla viscosa
de huesos,
buscando el resplandor en el espejo,
venas rotas y arterias colgando,
miradas perforadas de ecos,
adorando el lujo y la precariedad a la
vez.
No
podemos reconstruir un objeto que ha caído en un agujero negro.
Su mirada bloqueó mi destello,
brillé,
siempre brillé.
Nada podrá dirigir mi luz emitida a
cuentagotas,
cae,
cae,
vuelve a caer,
convertida en un pozo de luz,
un hondo pozo de luz donde me pierdo en
la oscuridad.
Te amo de forma incondicional y con
desmesura.
Cada partícula que
abandona un agujero negro
también debe estar
entrelazada con cada una de las partículas
que han escapado
anteriormente.
Vine
para encontrarte,
te
amo antes de mí,
antes
de ser nombrada
o
recreada en un lienzo prerrafaelista
como
la Ofelia de John Everett Millais en 1852,
al
contrario de ella,
caí
de un árbol
pero
no hallé la muerte,
morí
ahogada en un pozo de luz.
Dices
sentir atracción por el drama y la tragedia
de
manera malsana y autodestructiva,
como
el fin de María Callas
muerta en su apartment at 36
Avenue Georges Mandel, Paris,
es
1977,
abandonada
por Onassis
que
regresó después de no ser correspondido por Jackie.
Madama
Butterfly en Nagasaki,
es
1890,
Pinkerton
no te ama,
un
cuchillo drena los agujeros del tiempo.
Es
2020,
año
asediado por la peste china,
me
has dejado con estudiada crueldad
esa
que no tiene escenarios,
elaboro
una colección de bisutería que será exhibida
en
vitrinas blancas con vidrios refractantes
que
reposan en el balcón,
Ciudad
de las Palmeras.
Si tu ne m'aime pas, je
t'aime
Si je t'aime, prend
garde à toi!
Habanera
(Ópera Carmen),
es
1875,
Bizet
muere muy joven
y
ella ha sido asesinada por celos.
Del poemario: Los días asincrónicos de Tina.
Carmen Rosa Orozco.
Fotografía de Irina Dzhul.